Coinciden casi en el tiempo dos libros que han recibido atención mediática y que plantean una reescritura del pasado desde las necesidades del presente: 14 de abril de Paco Cerdá y Los genios de Jaime Bayly, y a cuenta de ellos el director de todo esto reflexiona sobre el modo en que la literatura se vale de la Historia bien sin rigor o bien sin pudor alguno.

 

Algunos venimos, desde hace ya algún tiempo, señalando una tendencia que se viene produciendo en el mundo de la literatura y que, desde instancias académicas, en concreto desde el trabajo de ciertos historiadores y teóricos, viene señalándose como un escollo muy problemático que sobrevuela la producción y valoración de ciertos textos que encuentran cada vez un eco mayor en su circulación, tanto a efectos de mercado como en el terreno del análisis de la crítica literaria y su historiografía. Hablo específicamente de las cada vez más tenues barreras entre los terrenos de la ficción y la no ficción, empujados de modo interesado por el éxito que viene experimentando esta última, sobre todo en ventas y atención mediática, frente a lo que se ha denominado, quizás apresuradamente como “descrédito de la ficción”.

La producción de textos que, desde el campo literario se viene realizando en cantidad creciente, así como la apropiación desde instancias literarias de otros textos, documentos históricos en concreto, que han sido foco de atención en tanto que textos literarios, en muchos casos obviando de modo totalmente acrítico los aspectos historiográficos de los mismos para ser exaltados como verdades absolutas e incuestionables, sobre todo mediante la validación de su existencia como documentos históricos, ha suscitado análisis pormenorizados como el desplegado por Enzo Traverso en Passés singuiliers, que, por desgracia, ha sido horrorosamente traducido al castellano el año pasado en una versión donde la traductora parece desconocer casi al completo la lengua francesa y nadie parece haberse tomado la molestia de editar el texto, en el que Traverso transita por la producción de ciertos escritores que han elegido representar contextos históricos determinados mediante el recurso de un “yo” que subjetiviza el enfoque y, si bien plantea ventajas obvias para el desarrollo y construcción de un mecanismo narrativo, al mismo tiempo detona muchos interrogantes hacia los mismos como referentes para un análisis histórico productivo o, en muchos casos, sencillamente veraz y válido. Si bien la novela burguesa, sobre todo cuando establece las características centrales de la estética realista, léase Balzac, presenta epopeyas individuales en contextos históricos, en muchos casos periodos retratados con trazo envidiable y una nutrida investigación, acaso el ejemplo idóneo sería el caso de Galdós, la explosión de dos fenómenos a lo largo del siglo XX ha propiciado un cambio de perspectiva que no puede sino despertar numerosas inquietudes, tanto al análisis desde una perspectiva literaria como, en mucho mayor grado, desde la Historia.

Conviene encuadrar el contexto, donde hay dos pilares que sostienen este giro dentro del universo de la ficción. En primera instancia la eclosión de la no ficción, que tendría como primeros ejemplos en la Operación masacre de Rodolfo Walsh e In Cold Blood de Truman Capote. Ambos libros postularos la posibilidad de una novelización de hechos reales que se permitían ir más allá de la crónica periodística para intentar profundizar en la verdad de los hechos sucedidos mediante los mecanismos de la literatura. Esto es, donde no debe entrar el periodismo y su rigor factual la literatura se permite hacer conjeturas en torno a los hechos e, incluso, perfilar psicologías que están vedadas, por tratarse de algo indemostrable empíricamente, a un trabajo periodístico. Quizás uno de los problemas que se originaron en el éxito de ambas propuestas, y todo el borbotón de textos que surgen como herederos de estos primeros hitos, es que, por contraponerlos al resto de los libros más convencionalmente ficcionales, se cargó mucho, acaso demasiado, las tintas en su condición de narraciones reales. Marco con la cursiva el problemático adjetivo que subraya una creencia o pacto que se realiza entre el autor y el lector donde el primero asevera que los hechos son reales y el lector, porque estos son demostrables, asume que todas las conjeturas e inferencias llevadas a cabo por el autor en torno a esos hechos son, también, reales. Pero ahí surge el primer problema: no lo son. Por mucho que los hechos documentados a los que se recurre sean ciertos y verificables, eso no conviene a las novelas escritas sobre ellos en un texto histórico. Y nunca se debe perder eso de vista al leerlos y escribir sobre ellos.

El segundo pilar tendría que ver con el auge de la literatura testimonial que ha venido creciendo con las sucesivas publicaciones de textos donde personajes históricos daban fe de su experiencia sobre el Holocausto, el Gulag soviético, etc. La existencia de todos estos textos, cuantiosa y casi inagotable, que ofrecen experiencias y opiniones subjetivas, es importante no perder este detalle de vista, de primera mano sobre momentos de especial importancia histórica justifica la atención editorial que se les ha dedicado, y que ha permitido redondear y pormenorizar el conocimiento de la Historia del último siglo. Ahora bien, su importancia a efectos historiográficos ha venido, también, modificando el modo en que estos eran leídos, porque sobre ellos, primero como material de investigación, y más tarde como modelos estilísticos, es este otro aspecto que tampoco puede descartarse sin más, han venido propiciando un cambio en torno al uso que se hace de ellos desde instancias literarias. La explosión de la literatura testimonial, alentada desde los estudios culturales, poscoloniales y de género se sigue haciendo notal de modo evidente en las mesas de novedades de las librerías, donde muchos libros que carecen de todo interés literario son objeto de efusivas críticas y revuelo mediático debido a su condición de herramientas en el fragor de otras guerras y procesos sociológicos, políticos e históricos.

Tanto es así que, como ya he dicho, historiadores de prestigio como Traverso se han visto casi empujados a replantear muchos de los presupuestos de las investigaciones históricas del presente, atendiendo a la ingente cantidad de libros que, aunque son presentados como literatura, pretenden legitimarse como documentos históricos. Los ejemplos son numerosos, pero quizás dentro de la literatura española, por su relevancia, el más incuestionable sea Anatomía de un instante de Javier Cercas, que se publicó como novela y que su autor, progresivamente, ha querido vender como documento histórico, como EL documento histórico sobre el Golpe de estado del 23-F de hecho, a tenor de sus propias declaraciones, pese a que han sido numerosos los historiadores que han señalado tanto su inconsistencia en el trabajo de las fuentes como en las numerosas inferencias que el autor realiza sin ningún tipo de sustento documental que las sostenga. Pese a ello, la máquina mediática ha funcionado a la perfección, e incluso en el extranjero se han sucedido las traducciones del libro, ofrecido como un documento ejemplar en torno a un momento de especial relevancia en la Historia reciente de nuestro país. Y, al hacerlo, lo que es curioso, se ha obviado el detalle de que el libro es una novela, o al menos como tal se publicó y premió, y no una monografía histórica, ya que carece del aparato crítico que pueda convertirla en tal, por no entrar ya en la monotonía estilística de su escritura, lo que a muchos que habíamos ya disfrutado de sus libros anteriores nos sorprendió, ya que si algo sabe hacer Javier Cercas es escribir y plantear artificios literarios, donde acaso el ejemplo más acabado sea su Soldados de Salamina, que recibió críticas semejantes en lo que se refiere al tratamiento de los materiales historiográficos pero que, debido a su explícita voluntad literaria, y el evidente acabado del libro como novela de ficción, no era atacable en ese sentido.

Esta vocación de trazar refritos históricos ha cuajado en el panorama español debido al evidente éxito obtenido, y acaso el ejemplo más palpable de este cuestionable procedimiento sea Un tal González de Sergio del Molino, donde el trabajo parcial y tendencioso de las fuentes permite ofrecer un artilugio ficcional como un trabajo con pretensiones historiográficas. La poca, por no decir nula, capacidad o voluntad de los medios a la hora de hacer una lectura crítica de estas producciones, lastrada por el desconocimiento de la Historia y la voluntad de plegarse a las necesidades promocionales de los grupos editoriales, posibilita que estos textos carezcan de una lectura detenida que desenmascare estos mecanismos. Se da el agravante de que desde instancias académicas los historiadores, en este caso de modo más que comprensible, no consideren que un texto de esta índole deba, o ni siquiera pueda, ser objeto de su análisis, ya que carecen del rigor necesario para ser tomados en serio como monografías. Es extraño que algún historiador alce la voz al respecto, como hizo Nere Basabe al sacarle los colores a Pérez-Reverte al hilo de la publicación de sus novelas de donde este dejaba claro que sus documentaciones históricas tienen la misma solidez que una tableta efervescente en un vaso de agua.

Y, ojo, es muy importante entender lo determinante de la desacralización del texto historiográfico que se ha llevado a cabo desde instancias críticas. Siempre pongo el ejemplo, porque me parece paradigmático de esos procesos, es Respiración artificial de Ricardo Piglia, donde se vale de las herramientas críticas para señalar que la Historia es, también, una rama de la literatura a efectos discursivos, y que precisamente por eso es desde instancias del análisis literario desde donde se puede arrojar luz sobre los procesos por los que se conforma un discurso consensuado al que terminamos por denominar histórico, y precisamente es en los vaivenes de la producción de esa retórica donde se juega la reinterpretación de los hechos, y no tanto en la negación o afirmación de los mismos. Por lo tanto, relativizar la solemnidad del discurso histórico no debe ser confundido con la elevación de toda producción literaria al rango de documento histórico, pese a que sea la ambición de muchos de los autores que las producen.

Ha querido la casualidad que, aunque su publicación diste unos pocos meses de diferencia, coincidan en las mesas de novedades de las librerías dos libros que evidencian estas tensiones. Me refiero a 14 de abril de Paco Cerdá y Los genios de Jaime Bayly. La segunda ofrece un análisis menos inequívoco, además de ser un refrito del libro de Xavi Ayén Aquellos años del Boom y de la investigación de Ángel Esteban y Ana Gallego Cuiñas De Gabo a Mario, de modo explícito se presenta ante los lectores como una ficción llena con nombres de personajes reales, pero sin pretender en ningún momento seguir con un mínimo de respeto los hechos históricos. Eso ha provocado ya que Vargas Llosa la haya despreciado públicamente, algo lógico, y que además Bayly, más enfocado en el revuelo mediático que en la seriedad historiográfica o estética, se arriesgue a una hipotética sucesión de polémicas, quizás incluso denuncias, que suelen propiciar este tipo de decisiones. Es conocido en España el desafortunado caso de Los últimos días de Adelaida García Morales de Elvira Navarro, donde quizás el exceso de ingenuidad o falta de valoración por parte de la editorial generó un triste desencuentro con el entorno íntimo de la fallecida escritora, debido al uso del nombre de la misma en el título de la novela, a la referencia inicial que servía como desencadenante de la trama, una anécdota personal protagonizada por la escritora de la que no existe más documento que una referencia sin pruebas y la inclusión de un aparato bibliográfico sobre la escritora como apéndice que, más allá de ser un detalle estilístico destinado a aportar una marca de género o efecto de realidad, como habría dicho Barthes, generó la confusión que se plasmó en un artículo de Víctor Erice cuestionando el libro, la decisión de la autora y la editorial y, a la postre, generando un malestar que en nada benefició al libro.

Muy distinto es el caso de 14 de abril de Paco Cerdá, que recibió un premio como proyecto de libro de no ficción, y que si con algo cuenta es que con una nutrida masa documental cuyas referencias que, si bien no aparecen explicitadas en el cuerpo textual, sí que ocupa quince páginas al final del libro. Resulta casi obvio relacionar este libro con 14 de julio de Eric Vuillard, debido a que responde a un enfoque semejante: la plasmación de un día determinante dentro de la Historia de un País, y al hacerlo reparar en las figuras obviadas u olvidadas de la historia. En buena medida los libros son muy semejantes, tanto en el repaso acelerado de hechos como en las referencias puntuales a los hechos previos que explican o pretenden aclarar algunas de las circunstancias de lo sucedido en cada fecha. Pero también hay diferencias, y en ellas el retrato del libro de Cerdá no sale bien parado.

Lo primero, al hilo de lo que venimos comentando, tiene que ver con el enfoque del libro, en cómo se presenta ante el lector y en el tipo de pacto que ofrece. El de Vuillard no aparece marcado como una no ficción, sino como una narración. Por un lado, es obvio, por la imposibilidad en el caso del francés de disponer de la cantidad de materiales y fuentes que sí están a disposición de Cerdá, no es lo mismo retratar un día concreto de 1789 que hacerlo con uno de 1931. Los periódicos, las fotografías, el cambio de conciencia de lo que es histórico y de los que merece ser registrado no era el mismo transcurridos en esos 150 años de diferencia, incluso en la misma idea de quiénes eran sujetos, sino de la Historia sí de las noticias que la prensa ofrece al público. Acaso por eso la idea de que Vuillard ofrece una conjetura es mucho más obvia que en el caso de Cerdá. Pero es, que además, esa distancia, en el caso de Vuillard aparece también en el estilo del libro, seco frente a la voluntad estilística de Cerdá, que al tener presentes los materiales periodísticos tiende a estilizarlos con metáforas, alusiones y demás recursos literarios, a hacer literatura ya que es de lo que se trata, y, otro aspecto importante, es que Vuillard, por esa voluntad de mostrar más los hechos, no recurre como lo hace Cerdá en varias ocasiones al uso de una terminología o símbolos marcados ideológicamente, o, por ser más exactos, son elecciones menos ajustadas a aquello de lo que trata. Así, mientras Vuillard está trazando no solo una arqueología de los hechos, sino también de su discurso, en el caso de Cerdá las heroínas comunistas son “Vírgenes rojas”, los héroes republicanos “mártires”, etc. Incomoda mucho en el tránsito por el libro de Cerdá la presencia de esos matices que, bien sean heredados de la prensa más reaccionaria de la época a la que acudió por tratarse de fuentes, o del enfoque del presente respecto al pasado, presenta obstáculos a la lectura desprejuiciada del libro. No resulta menos llamativas ciertas opiniones acerca del desprecio de los líderes políticos, incluso los más progresistas, por las mujeres, pese a que todos sabemos que algunas de las figuras más determinantes de aquellos años, desde Montseny a la Pasionaria, jugaron un rol determinante en los hechos históricos, actualizar y tornar vigente mediante una mirada feminista el caso de Connie Maura puede tener sentido para mostrar la época histórica a los lectores de hoy, independientemente de que sea una elección un tanto forzada de los hechos (incluso clasista, la perteneciente a la aristocracia tiene todo un capítulo para ella mientras que la mariscadora medio), lanzar interpretaciones personales del sentir de unos líderes políticos o de unas agrupaciones desde el presente sin documento alguno que lo sostenga puede ser interpretado como tendencioso.

Y en ese sentido, y lo dejo para el final, subyace algo incomprensible a efectos discursivos que es en realidad lo que más escama del libro de Cerdá. Hablo de “Hamelín”. Muy pronto en el libro aparece una referencia a Hamelín, en la primera página del libro, que va reapareciendo en distintos momentos para regresar en el cierre del libro, que pivota en torno al mismo fallecido con el que se abre. Y, cosa no secundaria, a la que alude la cita de Chaves Nogales que aparece en el colofón del libro, copio: “Y murió batiéndose heroicamente por una causa que no era la suya”. Esta idea, la de que el pueblo se sacrifica en pos de obtener el beneficio de una nuevas élites dominantes que, también, terminan por olvidarlos, es al pilar ideológico sobre el que se cimienta todo el libro. Y, además de profundamente reaccionaria, parte de una premisa falsa, y tendenciosa. Del mismo que los que se han lanzado a recuperar la figura de Chaves Nogales no tienen empacho en participar en actos políticos de la derecha, por no decir ultraderecha, e invocar su figura olvidando que Chaves Nogales fue republicano a muerte, y que se sentiría posiblemente ultrajado al ver que se le cita en según qué contextos, básicamente para exaltar valores opuestos a los suyos, en este caso afirmar, como se pretende en este libro, que los individuos que dieron su vida por el advenimiento de la República fueron traicionados por ella, se parece mucho a los que demonizan el pensamiento de Marx porque las administraciones comunistas han terminado mostrándose opresivas y dictatoriales. La República, y eso no termina de aparecer en el libro salgo en contados momentos, se proclamó ante el derrumbe de la confianza de todas las clases sociales en el sistema monárquico de Alfonso XIII, y en ese sentido el libro lo deja claro al representar la toma de postura de Sanjurjo. Pero que esos individuos cayeran no implica que fueran utilizados, sino que defendieron sus ideales frente a un sistema que los oprimía y que querían derrocar. Que luego, como sucede siempre, llegaran los más astutos a sacar partido de ello es algo tan secundario como incontrolable. Y, sobre todo, del mismo modo que a lo largo de la narración se han ido asperjando metáforas y símbolos de raigambre cristiana, católica por ser más concretos, el mensaje que se pretende trasladar a la postre en el libro es netamente cristiano, casi catecista, “para qué se van a alzar ustedes si van a terminar siendo los desposeídos de la Tierra”. ¿Es lícito lanzar este mensaje desde un libro? Por supuesto que sí, es más que lícito, es para lo que suelen servir, entre otras cosas los libros, para lanzar mensajes. ¿Es lícito recurrir para ello a las vidas y pensamientos, a la interpretación de los hechos y las vidas de personas que opinan lo contrario de ese mensaje? Eso ya es cuestionable. Más cuando lo que se pretende ofrecer al lector, lo que se le vende por decirlo claro, es un libro de no ficción, esto es un libro con matices historicistas y objetivos. Ahí radica el gran problema de 14 de abril, del que no sé hasta qué punto Cerdá ha sido plenamente consciente. Al final, la sensación que tiene el lector es que se utiliza a esas figuras, que el libro se convierte en una herramienta más, para seguir sacando beneficio de ellos. Los usaron los líderes republicanos del mismo modo que lo hacían los patrones opresores y la sociedad monárquica, sí, pero no es menos cierto que vuelven a ser usados por el discurso tal y como está montado el libro, y resulta muy complicado en este contexto poder reclamar ningún tipo de superioridad moral o ética al respecto. Quizás una narración ceñida a los hechos, sin interpretaciones, sin inferencias, sin proyecciones en los actos de los personajes habría servido mejor a la intención de plasmar con objetividad los hechos. Otro asunto es que en este caso se trate de un libro más que recurre a la Historia para querer modificarla o interpretarla, para saquearla desde el presente y nuestro contexto actual. En tal caso estamos ante un libro más, otra de las vulgaridades como las de Cercas o Molino, que tan bien funcionan mercantilmente y que son tan pasajeras y volátiles como el presente desde el que han sido escritas.

 

Antonio Jiménez Morato (Madrid, 1976) es escritor, crítico y traductor. Su libro más reciente es NOLA ( 2021). Además ha publicado la recopilación de ensayos sobre literatura latinoamericana contemporánea La piedra que se escribe, la novela Lima y limón, editada en cuatro países y en digital, y Mezclados y agitados, entre otros.