Este mismo mes comienza la andadura de una nueva editorial en Costa Rica, Los tres editores, y lo hace con un peso pesado de la literatura tica: Luis Chaves. Un libro ambiguo, que recoge el año que pasó con la beca del DAAD en Berlín junto a su familia, y con el que continúa el sendero de cuestionamiento de los géneros que ha hecho ya una de las señas distintivas de su escritura. penúltiMa ofrece aquí un fragmento del mismo.

 

Estaciones eran las de antes. Esa parece ser la disculpa de todo berlinés que trata de explicarnos por qué el inicio del otoño fue más frío que estos días previos a la transición al invierno, que se viven en los dos dígitos de la escala Celsius.
Efectivamente, sobre el puente entre el verano y el otoño, descendió la niebla. También la temperatura.
Por-motivos-literarios viajé a Buenos Aires por una semana precisamente en el cambio de estación. En el hemisferio sur, a doce mil kilómetros de Berlín, me tocó más bien el inicio de la primavera. Al regreso, me encontré dos pruebas del otoño: aterrizamos en Tegel a las 7:30 p. m. y ya empezaba a oscurecer. Había iniciado el trayecto de regreso el péndulo de las horas de luz. Ya en casa, después de cenar, me quedé tarde en la compu amortiguando el jetlag, y cuando me fui a acostar la casa estaba en tinieblas, todas dormían. Como un nuevo ciego, caminé en cámara lenta, con los brazos estirados por delante. Llegué al cuarto y me ubiqué de mi lado de la cama, el derecho o el izquierdo según se vea. En fin, ya ahí me deshice del pantalón y –es aquí adonde quería llegar– me quité el suéter en medio de
decenas de pequeñas detonaciones de electricidad estática, minúsculas descargas eléctricas, fosforescentes, minirrelámpagos neón verdeazulado entre mis brazos y el algodón del suéter. La ciencia le llama efecto triboeléctrico. Recordé que eso sucedía todas las noches del invierno pasado y la primera mitad de la primavera.

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Aquella frase, fuera de la gravedad, cayó en el agua y crecieron alrededor, mientras se alejaban, ondas circulares. Ya hay un conjunto de textos enhebrados con el mismo hilo. Veremos qué pasa.
Y otros sondeos como este:

Sería más fácil si hubieran estado ahí, pero me toca contarles. Para esto ya habían pasado más de tres meses del infarto de la tía Yuri, ¿la conocieron?, la encontró mi prima con el calzón por las rodillas, tirada en forma perfecta de L en el piso de madera, justo a tiempo para llamar a la Cruz Roja, que llegó con tres cruzrojistas mujeres que prácticamente arrancaron de las mechas a la tía Yuri del otro lado, la devolvieron a la vida para que cinco semanas después nadie pudiera salvarla del incendio que se llevó media cuadra del barrio, no le dio chance de abrir las rejas y candados, esa vez también la encontró mi prima, mejor dicho la reconoció en la morgue, son buenos los Yale de eso no queda duda decía mi prima entre dientes, acuclillada contra la pared del edificio público donde tuvo que rellenar papeles de la muerta, es decir de la tía Yuri, lo decía y sonaba un poco a que estaba delirando, pero fue solo ese momento, después estuvo bien, dentro de lo posible, de hecho se fue a Manzanillo a las cabinas que había alquilado su mamá para que fueran juntas a celebrar varias cosas: la vida, haber vencido a la muerte y el cumpleaños de Marvin que es el novio de la tía Yuri, bueno, era, es decir, es el exnovio por las razones que no vamos a repetir, Marvin que es apenas doce años mayor que mi prima, y al que, al parecer, le gustan las cougars, Marvin que le había devuelto el colorcito a la tía Yuri que sufrió un divorcio infernal con el papá de mi prima, mi tío, pero de él no vamos a hablar hoy, la pasaban bien Marvin y Yuri, en eso pensaba mi prima, vencida por el zumbido grave del calor, antes de quedarse dormida en la hamaca de la cabina de Manzanillo, justo antes quiero decir, en ese momento que no se está ni despierta ni dormida, ese momento que no sabemos si le pertenece a los vivos o a los muertos, porque dormir es como un entrenamiento para la muerte dice alguna gente, ese pensamiento se apagaba mientras mi prima se hundía como una piedra blanda en la hamaca y a muchos kilómetros de ahí, en el mismo momento, Marvin decía en una mesa, almorzando con tres compañeras de trabajo, «qué rico es el pollo de mar», refiriéndose con un chiste al atún que era como una tercera parte de la ensalada de caracolitos con atún que está comiendo en la soda frente a su oficina en Sabana Norte, sentado frente a la gerente de ventas que escupe la Coca Light con el chiste de Marvin como un spray que de algún modo fuera una suspensión de feromonas o una forma de futuras feromonas porque antes de que termine el año la suma de muchos hola-buenos-días, de muchos almuerzos, de verlo cuando él no la ve, de sentirle el olor cuando sube las gradas detrás suyo, va a resultar en un polvo intenso, desesperado y sudoroso en el apartamento de ella en un tercer piso en barrio Don Bosco, culeando semivestida, con la blusa abierta y el calzón corrido hacia el lado para que Marvin la meta hasta la raíz y la saque hasta la cabeza y la vuelva a meter, los huevos cargados rebotándole en el culo, en un bamboleo salvaje y explosivo porque para entonces Marvin tendrá varios meses de no coger, aunque ella, su compañera de trabajo, para ese momento vaya a tener 23 horas de haber culeado, al que de verdad le llevaba ganas era a Marvin, y luego de regarse primero ella arriba y, después de ponerla de espaldas, Marvin adentro pero con condón, se van a quedar horizontales y callados unos minutos, en ese tiempo difícil de clasificar y describir, digámosle tiempo animal, y cada uno, después de moverse a la zona fría de la cama, se irá hundiendo en su sueño como mi prima en la hamaca mucho tiempo antes de este polvo de Marvin con la gerente de ventas, y Marvin pensará justo antes de quedarse dormido en el olor nada discreto y el no poco peso de mi tía Yuri, chinga, encima suyo, los pezones muy negros en movimiento circular, el beso en los labios que se darían después de coger, eso pensará justo antes de entrar al lugar que todos conocemos. Pero quería contarles otra cosa que pasó.

El poeta costarricense Luis Chaves

Luis Chaves (San José, 1969) es acaso el más importante poeta de Costa Rica. Sus veinte años de trayectoria poética plagada de premios y reconocimientos se ha reunido en el volumen Falso documental (Seix-Barral, 2016). Entre sus libros destaca también la novela Salvapantallas (2014).

Personae es la sección que habla, como su nombre indica, de las máscaras, tanto las ajenas como la propia, porque todo texto autobiográfico está preñado de ficción y todos los textos ficcionales han brotado de las semillas de nuestra experiencia. Muchas veces la mejor máscara es la del rostro propio.