Regresa uno de los colaboradores más habituales de la revista, Antonio Báez, con un nuevo relato completamente inédito que pone a disposición de nuestros lectores, cargado de ecos mitológicos y el sentido del humor al que nos tiene acostumbrados.

 

¿Qué son treinta años?, me pregunto a mí mismo. Toco el timbre. Hola, buenas tardes. Hola. El hombre sabe a lo que vengo y me dice: Adelante. Entro en el piso y miro con curiosidad hacia todos  lados. Me va mostrando las diferentes habitaciones. En todas partes los indicios y las huellas de las vidas de sus ocupantes. Lo que más me interesa son las fotografías, pero claro, tengo que disimular que son los armarios empotrados, los puntos de luz, la orientación de las ventanas. Me queda poco tiempo de vida, me gustaría sentarme en ese cómodo sofá y explicarle a este extraño que unos cuantos años nada más. Me limito, sin embargo, a preguntarle por el estado de la instalación eléctrica, por la fontanería. Le podría decir que a lo sumo me restan treinta para morirme, que cuántos calcula él que le quedan tirando para largo. Hablamos del número de metros cuadrados construidos y habitables. Me ha llamado la atención nada más comenzar a caminar por delante de mí. Yo diría que su forma es demasiado femenina. Me he llevado una sorpresa al entrar en el salón; lo preside un retrato familiar con su mujer y sus hijos, una de esas fotografías típicas que se hacen las familias numerosas para ciertos documentos oficiales. Me gustaría que me invitara a una limonada en la terraza, puesto que hace un calor sofocante. Le insinúo que estoy completamente deshidratado y él me ofrece un vaso de agua del grifo. Calculo que será un par de años más joven que yo, quizás un par de años mayor. Tendríamos cosas en común para charlar un buen rato. El mismo tipo de infancia callejera. El mismo imán para las palizas. A mí, imagino que me confiesa, se me ha pasado el tiempo en un soplo. Estaré de acuerdo con él. No obstante, me dice algo que creo que es mentira: que vende el piso porque sus hijos se han ido al campo y que se han quedado solos, usa ese plural dando a entender que él y la mujer. Me cuesta imaginarlo como hombre casado con una familia. Si lo hubiese visto en alguna terraza tomando un café lo hubiese imaginado con otro hombre en un apartamento con cierto gusto; nunca en este piso familiar lleno de fotografías sonrojantes. Pienso que deshacerse de esta vivienda es una forma de soltar lastre y empezar una nueva vida, pero no es necesario que me hagan caso. Mi resumen mental es el siguiente: aquí hay tomate. ¿Qué son treinta años? Los sesenta primeros han sido un soplo, me dice en mi cabeza; ya no entiendo lo que me está explicando del garaje, me ofrece verlo, pero rehúso, no quiero salir de su casa en un buen rato. Hace unos meses estuvo en el funeral de un compañero de su misma edad del banco, en el que ha trabajado hasta su jubilación. No me lo cuenta él, lo he averiguado yo sin más, espontáneamente.  A lo que siguen una serie de certidumbres. Esto es mucho más divertido que ir a trabajar cada día o que pensar que no tienes a dónde ir a trabajar. El paro me estaba destrozando hasta que decidí moverme y me dije: voy a buscar una casa que no pueda costearme, un piso que esté fuera de mis posibilidades, en un barrio en el que viva gente que no tenga los agobios que ya conozco, aspiraré a algo mejor que el lugar en el que he estado viviendo hasta ahora. Me entretengo preguntando minucias que no me interesan. Él las contesta con delicadeza. En un momento dado hace referencia al pequeño espacio de la terraza, en el que dice que se ha sentado a leer durante años. Las tardes aquí son una delicia. Bueno, le digo, volveré con mi esposa; a mí el piso me gusta mucho. Y añado algo que me eriza la piel de puro bochorno: se notan las buenas vibraciones. Después de eso me despido atropelladamente y salgo afuera aliviado, porque nadie más que él ha oído mis palabras.

 

Fotografía de Curro Romero

Antonio Báez (Antequera, 1964) ha participado en diversas antologías de microcuento y relato breve y ha publicado los libros La memoria del gintonicGriego para perros y su título más reciente es La magia de los días, publicado por la editorial Talentura.

La imagen que ilustra el relato es de Ziyun Zou.