Sin pausa, sin descanso, sin concederse un paréntesis, la obra de Javier Payeras fluye a través de mil géneros y cobra formas inesperadas. Buena parte de ese caudal inagotable se vehicula a través de diarios o notas escritas de modo azaroso que, sólo cuando se produce una recolección y puesta en circulación de las mismas como grupo dejan traslucir el venero de la creación de este incansable escritor guatemalteco.

 

#001

En el diario se escribe la obra.

La obra es sólo ese registro en el diario. La obsesión por los detalles que se ocultan.

Detener cada idea es verificar que la vida transcurre y es nuestra.

Dejamos pruebas.

Van palabras (horas de tinta), fotografías, mechones de pelo, pequeños trozos de corteza.

La escritura en su momento más destellante: la libertad en secreto.

La escritura termina derramándose entre el ruido. Cada uno de los ambientes de esta casa es tomado y devorado como si fuese silencio.

 

#002

Salir.

Hace luz. Esta habitación es contigua, pero queda bastante apartada del resto de la casa.

Me causa cierta extrañeza sentirme tan a gusto en mi nuevo cuarto.

Aún tengo una fila de cajas apiladas, todas cargadas de libros de múltiples tamaños. Las únicas cosas que poseo.

Traje  mis manuscritos, cajas de papeles y mis libros, mi computadora y el escritorio con la silla nueva.

Lo que no traje fue todo lo demás. Aquella casa de ruido estrecho. Mi niñez. Mi necesidad de esperar, ese esperar que alguien se asomara.

 

#003

Soledad de aeropuertos. Sillones de cuero blanco. El efecto cero del hambre y los custodios. Los sellos. El papel con hormigas. Sándwiches recién mordidos. Labios secos en lenguas húmedas que cazan insectos.

Aviones y lápices de aire.

Los faros no guían las nubes tan espesas.

Ventana o pasillo, igual da, la altura borra con el resuello todos los recuerdos.

 

#004

Sobrevive a las noches anteriores y mira qué tan solo y tan vasto es este círculo. Este círculo que se cierra siempre donde  estás. Donde te quedas siempre contabilizando pérdidas y fugas.

A qué hora vas a escribir.

A qué hora te volverás a ver. Si leer un libro es un lujo que no puedes darte y necesitas refugiarte en la ternura de ojos, brazos y labios.

 

#005

El hilo se tuerce cuando alcanza el cielo.

El cielo es tan opaco cuando comienza.

Me duelen los huesos de la mano, desde la hoja una chispa hace que los árboles se llenen de fogatas.

Y me siento extraño porque no estoy alerta.

Mientras los cuadernos se acumulan de ruido, todos aquellos que se acercan a las palabras hacen su propio intento, habitan su soledad en los libros.

Hace un martes. Hace una camisa que se repite una vez por semana. Un rápido cepillar de dientes.

Y la pregunta cae exactamente a en el mismo lugar: ¿Cómo se mantiene tanto tiempo la cometa en el aire y cuándo se romperá el hilo que la detiene desde tierra?

 

#006

Me estoy quebrando y naciendo al mismo tiempo. Miedo a no soportarme ni soportarlo todo.

Estoy quieto, no tranquilo.

Amar por entre las divisiones cada libro entre mis libros. Espero ordenar este puzzle de mis palabras. Esta figura ondulante que se mueve por reflejo.

 

#007

vuelve la poesía

llena de pastillas

sacude el granizo y prepara

otra sólida caída de la lluvia

en la hoja que registra

el tránsito de

las lunas negras en cielos blancos

una cuerda sujeta

la gota que se despedaza

 

#008                                                                                                                                  

Pensar es un trabajo que nadie valora y que a nadie le interesa.

Sentarse sin tener nada sujeto entre las manos, viendo fijamente una mancha en la pared, perderse en la mancha.

Anudar una idea precisa que se antepone a otra y quedarse solucionando la siguiente oración: pensar es la gula de los desocupados.

Llenar un diario es liberarse de eso que se queda detenido en la mirada cuando se pierde la conciencia en los reductos del pensamiento.

 

#009

todos pasan

se van y se van

nadie se queda o decide llevarte

ni regresar ni devolver

se llevan algo de ti y no dejan más que un altar de piedras

que se disuelven en un cauce de lava

 

#010

La soledad es un dibujo.

 

#011

Exponerse a la traición. La soledad también corrompe.

Hablar de menos o de más. Hacer una masa con insectos. Esperar que todo se quede encubierto en el silencio de aquellos que por casualidad escuchan.

Sentirse miserable. Ser miserable.

Luego redactar una sonrisa. La política de la infamia. Extraña forma de hacerse eterno.

 

#012

El uniforme es lo de menos. El brazo triunfal, el rostro distante. El ídolo de barro.

Los dictadores siempre dicen que te aman demasiado, pero son incapaces de entenderte. Siempre están lejos y al acercarse te alejan. Te quitan el mundo, invaden cada rincón. Te besan con plomo en los ojos. Duermes en sus brazos y te ofrecen dádivas de sueño. Su piedad es la de un mártir y no la de un santo. Su amor se amalgama a tu amor, aunque te simplifiquen, te borren y te silencien.

Los dictadores viven de tu energía. Extienden su mano pidiendo tu ayuda. Te eliminan.

 

#013

No releerse. No tocar un libro que ha quedado suelto. Las palabras no regresan.

Siempre queda una obsesión: una coma, un adjetivo, una tilde… los editores no mejoran las cosas.

Son tantos los agobios de cada día, escribir no debería ser otra enumeración de la tristeza.

Bien o mal, para bien o para lo contrario, las palabras salen como hemorragia. De nada sirven adentro. Tarde o temprano se debe morir.

Desde el principio escribir es cortarse las muñecas. Si se interrumpe el flujo, es porque cobardemente abandonamos la determinación.

 

#014

En el punto del mapa, la hora cae en la sombra. Entonces, la saliva caliente de la bala enciende la piel.

¿Cuánto puede filtrarse por los ojos del odio?

Son armas que disparan dientes y nos rompen. Entre ambas imágenes del pasado, ser como se es y quedarse sin hacer nada más, es un lento y estúpido aprendizaje.

 

#015

Cielo limpio y raso sin una sola nube. Es tan verde este país, tan fugaz. Sin embargo estoy junto a la habitación de un hotel, sentado en una silla que da hacia el mirador. Sostengo entre mis piernas un libro amigable de un poeta chileno.

Él no fue mi amigo. Está muerto. No tuve el privilegio de conocerlo.

La luz de la mañana enciende la grama. Perros que andan sueltos por todos lados. Hace el frío silente del Altiplano.

Escribo estas notas, cierta soledad sosegada, ciertas citas aplazadas, ciertas despedidas prematuras.

Despedidas. La guerra de las despedidas. Yo en la tierra, otros cruzando el cielo. Las despedidas.

Este lugar se ve tan hermoso, pero es tan angosto. Tan suicida y saturado, que me deporta al inconsciente.

El poeta chileno me lo dice. No lo entiendo bien. Me lo dice desde su fotografía.

 

#016

Seleccioné algunos libros, algunos que me hagan sentir conforme con mi “no decir”.

El plagio y la repetición no son voluntarios, son agotamiento.

Repito porque estoy solo. Porque soy el único testigo que tengo de todo esto.

 

#017

Que sea cualquier día, otro día, pero no hoy. Hoy me siento demasiado torpe y cansado. Llevo horas no cumplidas de sueño. Gris de tanto pensar, árido.

Dormir y flotar como una tabla sobre el agua.

 

#018

En un cuaderno uno puede llegar a acumular muchas manchas, pero son algo más que eso. Obsesiones. Lo expuesto es únicamente para el que registra en la soledad el transcurso de su vida.

Un folio de hojas -rayado, lleno de palabras, fotos, manchas, fragmentos de hojas o mechones de cabello- es algo más contundente que una novela o un largo ensayo.

El dibujo (la mancha) en un diario es un honesto ejercicio de lenguaje. No existe simulación. No cabe la reinvención del personaje artista.

Tanto el círculo que encierra una cita sustraída de un libro, como el post it raptado con todo y el párrafo de otro texto, todo completa una vida.

Me gustaría ver los dibujos de algunos escritores. He visto los de Kafka, los de García Lorca, los de Pizarnik y los de Artaud, a todos los encuentro fascinantes.

Dibujar y escribir es como jugar un deporte con todas las extremidades y sin ninguna regla precisa.

Los poemas o los relatos están previamente condensados en una imagen.

 

#019

Siento ganas de desterrarme.

 

#020

Colecciono separadores como si fuesen mariposas monarca o lirios que nacen de trozos de comics o desceramientos o manecillas de relojes rotos o lenguas congeladas o frutas plásticas.

Escribir como lo dicta el payaso gordo del relato de César Aira. Tomar el dictado en un cuaderno. Usar mi letra horizontal y sucia.

 

#021

Amanecer y anochecer escribiendo. Siempre promesas.

 

#022

Amar sin perder lo sagrado. Detener el instante sin destruir los templos.

A veces el corazón no alcanza para llegar al final del camino.

Hablar de amor es hablar de pedazos.

 

#023

Escribir sobre la necesidad de escribir es trillado y cursi. Es trillado y cursi creer que no se es trillado y cursi.

No hay que temer a los sentimientos, sino a su silencio.

 

Ya sea como narrador o poeta, la obra de Javier Payeras (Ciudad de Guatemala, 1974) es un referente de la literatura centroamericana. Sobre todo por ser una figura central de la Generación guatemalteca de la posguerra, que reflejó las consecuencias del conflicto armado que asoló el país durante décadas. Su obra se extiende por diversos géneros: poesía, narrativa, dramaturgia e, incluso, libros objetos y performance poéticas.

La fotografía que ilustra el texto es de Alexandre  Christiaens.