Javier Payeras está escribiendo, casi terminando, una nueva novela. Se llamará, o al menos se llama de momento, La luz del principio. Este es el primer capítulo de la misma, que Payeras ha querido poner en circulación el 6 de febrero, coincidiendo con su cumpleaños. Y, la verdad, nosotros un capricho de aniversario no se lo negamos a uno de nuestros colaboradores favoritos. ¡Va por usted, don Javito!

 

Quiero borrar cada minuto. El agua deja de moverse en mi interior y todo se vuelve sal. Cada sonido lo escucho, cada palabra la leo, cada color se retiene en mi vista.

No me intimida ser devorado, quiero estar solo. No me intimida estar inmóvil. Se acostumbra que los vencidos callan y los vencedores aullan. Hablo de los muertos. Cuento una y otra vez la misma historia falsa. Mi vida se ha diluido entre cosas apenas escritas. No hablo de acontecimientos, hablo de visiones. La repetición sucede y uno comprende la muerte.

Nada puede quedar en la memoria. Hoy queda poco de la vieja ternura. Solo una amenaza árida cada mañana. Entonces las reservas de mi fe parecen agotarse. Alguien me trajo este cuaderno desde muy lejos y lo estoy escribiendo.

E.M. Forster le llama “inspiración de mala calidad”. Las imágenes de mis cuatro budas junto a la cama me recuerdan la contención y la espera. La curiosidad es inagotable. La gente parece irse y quedan los fantasmas. A los cuarenta y seis años uno debe saber con claridad lo que ama y lo que detesta. Pasan los aviones, sus rutas cruzan el cielo de mi casa. Así entiendo la hora en que debo soltar la libreta y ponerme a dormir. Algún día nada interrumpirá mi sueño. Lo que sucede en esta libreta es un diálogo, soy cada uno de los días y cada una de las cosas y todas las personas que he conocido.

Escribir con un polígrafo y aceptar la ignorancia. En una época que pretende que todo sea político, cabe hablar de la hipocrecía. La sinceridad es el conocimiento que crece silenciosamente en nuestro interior, de eso que el silencio sea la perfección. La ruta de los días espléndidos como esta mañana o miserables como cualquier tormento laboral, todos deben ser anotados. Cada cualidad, cada cosa que uno va descubriendo debe ser escrita. Ponerlo en papel, no en computadora, las grandes ideas desaparecerán si no queda de ellas más que una imagen atrapada en una pantalla.

Unos cuantos días de aislamiento en casa. El odioso contacto con la realidad en las redes sociales. “Hay ignorancia natural y hay ignorancia artificial” dice Ezra Pound en una entrevista. Recorro el paisaje de El Cerrito de el Carmen y me gusta cada vez más: sus flores, sus bancas, pero ante todo, las piedras que uno encuentra por todos lados. Reviso mis dibujos y vuelvo a estas palabras.

Un vaso de cerveza. Se me olvida lo que voy a escribir. En el bar me conocen y me atienden con cariño. Anoto y no me interrumpen. Esto es la calma. Pasear es escribir. No traigo ningún libro conmigo. Tengo muchas formas en mi cabeza. Por momentos colapso. Se supone que la vida a esta edad inicia su madurez  y reposo. La verdad es que la angustia antes era menos real. El lugar donde no encuentro paz, donde no me encuentro y no descanso. Ese lugar es mi enemigo.

Los ojos se borran y viene el breve lapso entre el sueño y el silencio. Un animal se acerca y tiene hambre. Adentro viene el impulso de darle de comer. La abstinencia es una oscura fragilidad llena de sed, deseo y rabia. No quedan conclusiones. Aquí pasean las sombras, el odio no las aleja, respirar y ver esa lámpara encendida que me acompaña.

Hoy los taxis preparan un complot para dejarnos en las bancas, estamos solos en el fin del mundo junto a otros finales, tampoco hay testigos ni adioses ni besos en la lluvia fabricada para una escena de drama y nostalgia. Es el alcohol y el gatillo desde un blíster o una cápsula de blanco amargo hecho con flores muertas.

Mi orilla desbordada como la piel de un cactus. Cuarenta y seis puntos en la nada. El vicio es un compañero al cual ya no quiero responder. La honestidad es el refugio de la poesía auténtica. El amor y su balance más destructivo que el odio.

Mientras mis pulmones se cierran por el asma, la batalla más dura es enlistar motivos. La lección aprendida del sexo o de la depresión y todo lo horizontal de la muerte. Ocupo escribir algo que no tiene forma, es tan solo el tiempo hablando.  La pureza es inconsciencia. A los cuarenta y seis años se traen encima pecados inconclusos, uno se detiene a la mitad del camino y descubre que todo lo que no es muerte es amor.

Los años vagos que ni siquiera pueden recordarse. El tiempo perdido que han llorado los santos. Esa frontera que crucé en la cuarta década: las calles no alcanzan y el mundo se hace diminuto.

Hoy el ser vivo es un extranjero. Todo es ruido y luz artificial. Únicamente existe la vergüenza que repite sus códices. Así inicia un fragmento de cosas en el espejo. Todas las crisis son verdades, escuelas que se ocultan en el dolor.

La palabra que define Eso. Eso entre palabras. Eso entre miradas. Eso entre murmullos. Se despeja el cielo y pasan monstruos blancos sobre las nubes. Transcribir en caligrafía los restos de imágenes que duran un sueño. La memoria se desliza cada mañana y la intensidad se opaca.

Un breve vaso de agua y un lápiz junto a un papel roto. La mancha concluye y se baja el silencio hasta mis manos. En cada extremo un respirar denso inhala plata en el aire.

La marca de este eclipse es como un libro que se termina. Se frota la luz en otros cuerpos.

Las líneas se continúan de una a otra mano. Cuarenta y seis años y los puertos de la Luna me esperan.

 

Ya sea como narrador o poeta, la obra de Javier Payeras (Ciudad de Guatemala, 1974) es un referente de la literatura centroamericana. Sobre todo por ser una figura central de la Generación guatemalteca de la posguerra, que reflejó las consecuencias del conflicto armado que asoló el país durante décadas.

La imagen que ilustra el texto es del fotógrafo chileno Luciano Díaz, su trabajo puede ser disfrutado en su web: https://lucianodiaz.myportfolio.com/