Dentro de la cosecha de Caballo de Troya de este año destaca la primera propuesta novelística de Pilar Fraile, que contaba ya con una acendrada trayectoria como poeta y da, de este modo, el salto del ruedo narrativo. En este texto reflexiona sobre su concepción y representación del espacio a través de su novela: Las ventajas de la vida en el campo.
Decía Chejov que se puede construir un relato a partir de un objeto, lo mismo podría decirse de los escenarios respecto de la novela. La luz, el olor de las estancias, la vegetación o su ausencia, la climatología, esa bruma nocturna que impide ver con claridad o ese incesante crujir de las chicharras que martiriza a los personajes, todo eso es lo que te arrastra hacia dentro de la historia al escribirla y es también uno de los principales ingredientes que atrapan al lector.
En el caso de Las ventajas de la vida en el campo, la ambientación es particularmente importante porque sirve no solo para que la novela tome cuerpo y tanto escritor como lector tengan un piso en el que asentarse, sino que funciona también como un personaje más, o más bien como un supra personaje, una presencia callada, que interpela a los protagonistas.
La escena inicial de la novela, por ejemplo, en la que nos sumergimos en una planicie nevada y despojada de vegetación, es un reflejo de las emociones de la protagonista, y por otro lado, un acicate. En esa extensión helada no hay nadie que pueda ayudarla, así que no le queda otro remedio que resolver ella sus propios problemas.
El campo despojado en el que viven los protagonistas es una metáfora de su situación vital: no hay nadie ni nada a lo que acudir, pero es también un elemento que les obliga a tomar unas decisiones que en de otra manera no habrían tomado, o a emprender acciones inverosímiles en otro contexto. El paisaje cumple así el mismo cometido que la misteriosa desaparición en una historia detectivesca: pone en marcha la acción.
No todos los elementos ambientales cumplen el mismo objetivo, tenemos ese otro paisaje, el de la ciudad, que es un paisaje de fondo, y permite explicitar la construcción identitaria de los personajes. Los Papa Noel del todo a cien, que la pareja protagonista encuentra colgados en las ventanas del barrio cuando van a celebrar la Nochebuena con su familia, dicen más de ellos que toda una charla filosófica acerca de la diferencia de clase y de la nueva sociedad de consumo low cost en la que estamos inmersos.
El tercer gran escenario de la novela, las urbanizaciones fantasmas, ejemplifica la debacle económica que enfrentan los personajes, que es uno de los subtemas de la novela, como señalaba el crítico Ángel García Galiano en una reseña reciente para la web Tendencias 21: «ella, fotógrafa en paro, por fin encuentra un apaño temporal, fotografiar, es decir, promocionar, urbanizaciones a medio hacer, alejadas de la ciudad y que no se han consolidado desde el punto de vista de las ventas: ciudades fantasma, sueño rotos, avenidas desiertas; todo un símbolo corporeizado de una forma de entender el mundo y la economía que destila impresiones de pesadilla en blanco y negro».
Porque, igual que pasaba con los Papá Noel, nos dice más de la estructura moral de este mundo que estamos viviendo ese delirio de ciudades desiertas, construidas a lo largo y ancho del territorio nacional, que doscientas estadísticas acerca de la vivienda, la especulación y la nueva pobreza.
Pero, lo fascinante de los lugares, es que no solo significan por separado sino que la interacción entre ellos, igual que sucede con la interacción entre los personajes, también contribuye a hacer visibles los temas de la historia.
Por ejemplo el territorio rural con el que se topan los protagonistas, con sus aperos de labranza, sus escopetas de caza y la presencia de animales no totalmente domesticados, contrasta con el territorio urbano del que vienen, pero sobre todo, con el territorio de campo ideal que quieren construir y permite hacer visible la desconexión y el conflicto entre pasado y presente en nuestro país.
Finalmente la superposición de los distintos lugares, por los que los personajes deambulan intentando buscar un sitio propio, es un símbolo de la esencial deslocalización de sus vidas, que es algo nuevo y absolutamente sintomático de mi generación. El espacio en el que se está nunca es el adecuado, hay que buscar otro, bien porque no queda más remedio o bien porque eso parece lo correcto, con lo cual no se vive nunca de hecho en el presente temporal y espacial.
Así, el uso del espacio me ha permitido en esta novela tratar conceptos tan escurridizos como el de «deslocalización vital», que es, tal y como lo veo, un nuevo tipo de desarraigo posmoderno, el desarraigo sin salir de tu casa. Una especie de dos por uno del capitalismo avanzado. Y me ha permitido hacerlo sin salirme del ámbito narrativo, que era uno de mis objetivos principales.
Fotografía de Pedro Campoy
Pilar Fraile es profesora de Filosofía y Doctora en Teoría de la Literatura. Ha publicado el libro de relato Los nuevos pobladores, el ensayo de escritura creativa: Materiales para la ficción: de Poe a Foster Wallace, así como los libros de poesía Falta, Larva seguido de Cerca, La pecera subterránea y el Limite de la ceniza. Su obra ha aparecido en numerosas antologías y revistas y traducida a distintas lenguas.
Las ventajas de la vida en el campo, recientemente publicada en Caballo de Troya, es su primera novela.
Para más información se puede consultar su página web: www.pilar.fraile.amador
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