Gonzalo León, chileno afincado en Buenos Aires (o porteño nacido accidentalmente en Chile) se ha lanzado a la necesaria, pero también esforzada, tarea de recopilar una serie de entrevistas realizadas a lo largo de los años a Pedro Lemebel y de convencer a los editores de Mansalva de incluir el libro en su catálogo (aunque no creo que esa parte haya sido complicada, porque en Mansalva saben reconocer los buenos libros). Gracias a esta colección de entrevistas podemos tener una idea más perfilada de una de las figuras fundamentales para entender la literatura, el arte y la política latinoamericana de los últimos cuarenta años.

 

Todas son Pilolas, por Florencia Preatoni

Boletín de Reseñas Bibliográficas, 9/10, 2006[1]

El miércoles 10 de Septiembre de 2003 pasé a buscar a Pedro por su casa. Un antiguo conventillo en el bohemio barrio de Bellavista, cerca del Museo de Bellas Artes. Lo tuve que esperar algunos minutos porque estaba haciendo la limpieza; según dijo, no sabe administrar el dinero y no le alcanza para pagar a alguien que le haga las tareas domésticas.

A las 19:00 horas, ya estábamos sentados en una mesita de la vereda del bar del happy hour, del cual, a juzgar por la confianza y la intimidad con que los mozos lo trataban, es habitué. Y no sólo los mozos se deshacían en saludos y cumplidos sino todo vecino del barrio que pasaba caminando por la calle: Hola, Pedrito, Hola, mi amor, ¿Qué hacís, lindo?, ¿Cómo andai, mi vida? Pedro se ubicó en una mesa bastante visible, cerca de la entrada de la carpa de plástico transparente que nos protegía del frío en la vereda. A la media hora de haber comenzado con las preguntas y justo en el momento en que mi grabador se negó a seguir funcionando (a pesar de los intentos de uno de los mozos por arreglarlo, el más “computín”, según dijo Pedro), llegó el periodista de la Rolling Stones que tenía hora para las 19:30. Pensé, entonces, que mi tiempo había terminado. Pedro ya me había aclarado que estaba muy ocupado. Pero quien sabe por qué, invitó al periodista a sentarse con nosotros y a tomarse un pisco (a mi cuenta), pues no podrían hacer la entrevista ese día. Según le explicó adelante mío, pero jugando a que yo no lo escuchaba, él creía que ésta iba a ser una entrevista “súper aburrida” y que además me tenía que volver a Buenos Aires, mientras que él podía volver al día siguiente.

Conclusión: le pagué tres piscos al reportero de la Rolling Stones y se quedó participando de la charla hasta las 21:30, hora en que Pedro dio por terminada la entrevista y nos invitó a su casa a comer pizza con amigos. Así comenzó:

En un reportaje que le concediste a Andrea Jeftanovic dijiste que Las Yeguas fue una transición o un ejercicio para llegar a la escritura. ¿De qué manera lo corporal se constituyó en letra para vos? ¿Y por qué crees que tus interlocutores en su mayoría son mujeres? ¿De qué manera influye en tus textos o, mejor, en tu manera de escribir?

–A ver… tiene que ver con otro tiempo, con el tiempo de la dictadura. Las Yeguas comienzan en el 87. Antes de esto yo escribía cuentos. El primer acercamiento que tengo a la literatura es el cuento, a través de una ficción. En realidad a mí nunca me pareció tan entregado, tan pasional (el cuento); encontraba que era un poco para señoras aburridas. Entonces, en un momento –comenzaba la democracia, de alguna manera comenzaban las protestas, yo participaba en esta especie de contracultura, que era muy política y peligrosa también– me di cuenta de que no estaba presente el tema de la homosexualidad, no estaba presente en las propuestas que había para el futuro. Yo escribí un manifiesto, que está ahí, dirigido a la izquierda, porque en algún momento quise entrar al Partido Comunista, no sé si por ideología, o porque los chicos eran lindos. Y se rieron un poco de mí, esa carta, ese manifiesto surge en respuesta a eso; bueno, entonces lo leí en un acto de la izquierda, en… qué sé yo, esos años. Y resulta que me lo publicaron y me pagaron, y a partir de ahí empiezo a escribir crónicas. En ese mismo momento conozco a Pancho (la otra Yegua del Apocalipsis) y conversamos de esto, de que tampoco, en la práctica, el tema de la homosexualidad estaba siendo contemplado, ni por la política, ni en la agenda cultural del gobierno que venía, y decidimos fundar este colectivo de arte, y no sabíamos bien de qué se trataba –él también era escritor, era poeta–; más bien hacíamos intervenciones, más bien “tú te pones una pestaña yo me pongo el tacoalto y entramos a esa reunión de políticos serios, a ver qué pasa”, un poco como jugando. Y también tomando el tema de los detenidos desaparecidos y haciéndolo nuestro. Había mucha gente que se metía y nos decía: “Pero qué tienen que ver ustedes con los detenidos desaparecidos, ustedes peleen por sus cosas, por la reivindicación de la homosexualidad”. A nuestro juicio, el tema de los detenidos desaparecidos era un tema mucho más urgente, más fuerte para la memoria, un tema que requería justicia con mucha más urgencia que lo de la homosexualidad. El caso es que toda esa vivencia que yo tuve con Las Yeguas –en performance, en fotografía, en video, en artes visuales en general– para mí significó también un tipo de escritura con el cuerpo, un tipo de escritura vivencial. Por eso es que hago esta relación, donde junto con atreverme a publicar ese manifiesto donde decía: “Soy homosexual y qué”… También eso vino junto con Las Yeguas del Apocalipsis donde también pusimos el tema en los medios de comunicación alternativos… No salí del clóset, porque yo nunca necesité salir del clóset, nací afuera del clóset. Todas esas performances, acciones, que en algún momento              –Pancho creo que va a escribir, ahora, un libro sobre eso– también las voy a recoger, porque también son escrituras, escrituras corpóreas; eso me sirvió en el paso de la ficción cuentística a esta otra crónica más contingente más periodística, más vivencial.

Respecto de que mis interlocutores sean en su mayoría MUJERES no es tan así lo que yo quise decir. Mis lectores son en su mayoría personas de sensibilidad femenina, y no son sólo mujeres las que tienen este tipo de sensibilidad.

¿Cómo viviste y cómo te parece que se vivía en general en esa época (la dictadura) la homosexualidad?

–¡Perfecto! Es muy raro. En Chile no hubo una persecución contra los homosexuales. Al revés, con Pinochet, los paseos públicos estaban llenos de homosexuales. Jamás reprimió Pinochet a los homosexuales, de manera directa, como en Argentina; como en Brasil, donde se implementaron equipos especiales que mataba travestis en la carretera. Aquí hubo algunas muertes de travestis, pero a partir de homofobias particulares.

¿No como una política institucional, como discurso oficial?

–¡No! Eso ocurrió mucho antes, ocurrió en los años 50. Yo, por ejemplo, durante la dictadura, me fui un tiempo a vender artesanías al Obelisco, de hippie; eso era transgresor para mí, no ser gay.

¿A qué le atribuís que la dictadura pinochetista no haya perseguido a los homosexuales, siendo que en su mayoría los regímenes militares fueron particularmente homofóbicos?

–No en Paraguay, allí tampoco se nos persiguió. Yo creo, ¿sabes?… es una hipótesis: creo que la maricada, nuestra maricada, era tremendamente arribista, tremendamente conservadora, todas tenían un tío almirante, un padrino general, todas estaban relacionadas con la hediondez de los galones, de las ropas doradas de la milicada fascista. Todas se creían “Sissí Emperatriz”, todas eran nuestra princesa del príncipe guerrero. Puig lo dice. En la homosexualidad hay mucho de ese fascismo, pero acá se hizo real. También porque había un famoso peluquero, homosexualísimo, que peinaba a la esposa del dictador –que salía en la televisión. Los homosexuales eran reaccionarios. No te estoy diciendo todos pero, en general, era así. Porque ocurrió que recién en el final del gobierno de Allende, se empezaron a juntar o a coincidir ciertas homosexualidades, como lo que yo cuento al comienzo de ‘La noche de los visones’ –eso fue cierto–. Juega cruzado por los hippies, con la droga, con los movimientos de emancipación de la mujer –fines de los 60. Eso en la Argentina no se dio, se dio antes, con Néstor Perlongher, por ejemplo, pero se dio, se dio. Aquí en Chile, de alguna manera los homosexuales entran un poco en esa cosa más vanguardista ya en los 80, con una movida más contracultural. Entonces ocurre, durante los años 70, que los homosexuales eran felices. Si Pinochet no hizo acuso de la homosexualidad pública; éramos… un poco… los arreglos florales de la dictadura. Tú venías acá como turista y veías todo lleno de homosexuales, de café topless –estaba lleno de café topless– y decías “¿de qué dictadura me hablan?”.

¿Se explotó eso? Así como en Cuba, turismo sexual, etc.

–¡Sí, sí, sí! Toda la dictadura estuvo abierta la discoteque Fausto, estuvieron abiertas discoteques gays, para quien es muy concheto y todo eso. Para los que eran o se creían hijos de generales, y que tenían que ver también con todo ese aparato público de la televisión chilena, los shows, las galas, toda aquella cosa que se daba durante la dictadura. Que acá se consumía con mucha más inocencia todo ese show fascista. Y en este momento los personajes que hay en la televisión son heredados de ese show hitleriano; o sea, el tipo que tiene más raiting ahora es el que le animaba los cumpleaños a Pinochet, por ejemplo. Entonces tú dices “¿cómo, qué ocurría?”… pero eso también tiene que ver con la homosexualidad, con el modisto, con el decorador, con el peluquero. También porque los homosexuales no tenían una trayectoria política. El caso es que a veces llegan gringos aquí preguntando por el holocausto de Pinochet, y no fue tal.

¿Y el incendio de la Divine?

–Eso fue hace poco. Eso ocurre ya en democracia, en el año 94. Ocurre en Valparaíso, eso está en La esquina es mi corazón. Claro, eso ocurre ya en democracia, pero también… bueno, un poco como casi toda la historia de la homosexualidad en Latinoamérica, que está bordada de costras y bordada de heridas y de llagas, cicatrices. Al mismo tiempo, que la dictadura, por ejemplo, no reprimía tanto la homosexualidad, en ese mismo sentido, la homosexualidad recibía el castigo social, por ejemplo del crimen…

En general a la llamada literatura gay suele pensársela a partir de corpus teóricos que abordan los conceptos de camp, gender y kitsch. ¿Sería posible clasificar las diferentes categorías del campo homosexual dentro de algunos de estos conceptos?

–No me gustan mucho esas clasificaciones porque tienden a encasillar. Generalmente kitsch y camp se los relaciona con homosexual, y yo prefiero hablar de sensibilidades y no de sexualidad. Eso dejaría afuera a la mujer, y yo a la mujer la quiero adentro. Porque también se trata de una minoría. El hombre está presente rigiendo todo en nosotros; por eso el tema del nombre me parece importante. El patronímico es el retorno a la próstata paterna, yo quiero reivindicar a la mujer, como sensibilidad y no al hombre.

Además en la realidad esas palabras no significan mucho. Yo a mi mamá, que era de un pueblito, semi-analfabeta, etc., le decía “mamá, soy gay” y ella me contestaba “¡¡Ay, qué lindo hijo!!”. Ella se pensaba que gay era algo de la ecología, qué sé yo.

¿Por qué elegís hablar de “La Loca” del travesti prostibular?

–Porque son las formas políticamente incorrectas. O sea, son las palabras más duras, más difíciles de oír, son las más discriminatorias. Pero al mismo tiempo es la forma como nosotras nos llamamos en confianza. Si tú o una amiga me dicen “loca” o “marica” no me voy a enojar porque sé que es cariñoso, pero si un desconocido me lo grita por la calle, despectivamente, es la palabra más difícil de oír. Porque representa lo más marginal dentro de lo marginal. El gay es el modelo, el estereotipo importado de afuera, es el homosexual políticamente correcto “es puto pero ni se nota”.

En relación a lo importado a lo que viene de afuera, introducís en tus textos el tema del SIDA como algo también importado, extraño, ajeno.

–Sí, el SIDA fue traído acá por esos gringos que, como te decía antes, en la época de Pinochet, venían a hacer turismo sexual a Chile. Entonces traían los dólares y traían el SIDA, era como un Mc Combo. Además traían a Hollywood, y Hollywood reemplaza a la historia: Liz Taylor es Cleopatra, Charlton Heston es Moisés. Hollywood rescribió la historia.

En tus crónicas (Loco afán) siempre hay un alto contenido de reflexión política. ¿Hay en tu texto un tipo de travesti que responde a la sensibilidad camp y otro tipo de travesti al que se puede identificar con una sensibilidad o actitud kitsch? ¿Hay una relación entre kitsch y nacionalismo? Por ejemplo La Pilola.

–Sí, totalmente. Los medios y la televisión fueron los que más contribuyeron a la exaltación de un nacionalismo irreflexivo. Y en mis crónicas muchas veces aparecen esas Chumilou y esas Pilola, como representantes de diferentes posiciones. Los regímenes militares son totalmente kitsch; por lo que te decía antes, lo de los galones dorados y el glamour de los uniformes. Todo eso que a nuestras locas les encantaba. Y que en realidad no era más (sigue siendo) que una triste y mediocre copia de los de allá arriba, los que realmente tienen poder. Como el modelo Hollywood. Pero la realidad es que todas son Pilolas. Mi deseo es que fuesen todos Chumilou, pero todos son Pilolas.

En la historia real de la última fiesta de la Unidad Popular, la Chumi era una hippie. Ninguno de mis personajes es totalmente real. Por eso la Chumi, y el tipo al que ella representa en la crónica es más reflexiva, más consciente de toda esa hediondez nacionalista de la milicada a la cual la Pilola defiende. La Chumi se burla de ella, se burla de su ingenuidad como se burla del circo militar; en ese sentido sí, podemos decir que la Chumi tiene un plus reflexivo, crítico, es consciente de lo que es y de su propia ridiculez, mientras que la Pilola no, ella se cree todo.

¿Creés que hay conductas, no sólo individuales, sino colectivas que pueden considerarse kitsch? Por ejemplo el nacionalismo en los deportes, el nacionalismo ante un agresor externo. Y en ese caso, ¿lo ves reflejado en la configuración de algunos de tus personajes?

–Nunca lo había pensado así, pero, sí. El fútbol, por ejemplo. Lo que pasa es que como nosotros no somos tan buenos con la pelota, nos gusta, pero no nos podemos hacer muchas ilusiones. Los argentinos sí, a pesar de que son más críticos de los milicos y demás, también es más fácil aglutinarlos, manipularlos cuando se trata del fútbol. La pasión nacional.

Como en el Mundial ’78.

–Claro. En cambio nosotros… hay otras cosas que nos movilizan más. Cosas más relacionadas a lo militar o a la economía.

¿Los conflictos limítrofes, por ejemplo?

–Por ejemplo. Y también el tema de la economía. Eso de no entrar en el Mercosur porque nosotros somos mejores y no nos conviene. Somos como una Suiza sudamericana; la crisis de ahora, de la Argentina, por ejemplo, nosotros ni la sentimos. Por ese lado tiene más que ver el discurso nacionalista de los chilenos.

Pero como te decía antes, en eso tienen mucho que ver los medios. Un día me invitaron a uno de estos programas de la TV de la farándula. Que no son ni siquiera una parodia, son así, sin reflexión, gruesos. Entonces, ahí yo voy y provoco; le hablo al conductor de su hermana (tiene una hermana desaparecida) y el tipo se queda seco. Nunca más me va a invitar ése al programa.

Todo lo que es irracional es kitsch. Acá las locas éramos las florcitas de la dictadura, éramos la muestra de que acá estaba todo bien… si ni a los putos persiguen, como te decía antes, ¿de qué dictadura me hablan?, decían los gringos. Y muchas se lo creyeron. Por eso te digo, acá el problema no éramos nosotros sino los hippies, los maricas eran reaccionarios. Las locas no se daban cuenta de que, en realidad, estaban siendo utilizadas como propaganda. En ese sentido había una gran inconsciencia, no había reflexión crítica. Claro, eso es kitsch. Por eso acá se sorprendieron cuando con Pancho nos preocupábamos de los detenidos desaparecidos. Nos decían que nos ocupáramos de lo nuestro. ¡Claro! No estaban acostumbrados a que un marica tuviese algún tipo de posición política. No era lo más común.

[1]. Esta entrevista está dentro de un artículo más largo, aquí sólo se reproduce la conversación. Florencia Preatoni consiguió al año siguiente de la entrevista traerlo por primera vez al Malba para hacer una performance. Al anunciarlo el museo lo catalogó como el “incisivo cuestionador de la dictadura pinochetista pero también de las neo-democracias globalizadas”.

Preliminares es la sección donde anticipamos libros que se publicarán en breve, Adelantos que sirven como Preliminares del gozoso acto de encuentro con los lectores en forma de libro, donde la experiencia de lectura se torna verdaderamente material.