ExhiVICIOnismo o priVACI(E)dad, ese es el dilema. Escribir o no escribir. Narrar es no morir. O quizás, sí, quién sabe, qué sabemos, nadie lo sabe. Pedro Pujante, en este texto, aporta su perspectiva a una controversia tan antigua como la humanidad, la escritura y la narración.

 

Hoy los términos “vida privada” e “intimidad” distan mucho de significar lo mismo que hace unas décadas. Ya no es que consumamos con avidez fragmentos de vidas ajenas en revistas, libros y televisión. También exponemos nuestras propias vidas en las redes, blogs y canales de video sin pudor. Cualquier desconocido puede acceder a ellas y explorarlas con total impunidad. Somos seres cada vez más públicos. La televisión hace negocio con ese morbo que nos alimenta. Hay programas dedicados a explorar en la vida íntima de personas que, paradójicamente, no conoceríamos si no fuese por virtud de estos programas. La telerrealidad ha invadido la realidad. La intimidad ha sucumbido a la extimidad. La línea que circunda el espacio privado es cada vez menos clara.

Shakespeare, por supuesto, no tenía cuenta en Instagram. Imaginemos que sí tuvo. Si no prestamos atención al anacronismo podemos disfrutar evocando sus fotos de cuando se quemó su teatro el Globe, de su boda con Anne Hathaway e incluso videos caseros de sus hijos o de los estrenos de Hamlet o Enrique IV. Sabríamos cómo era su voz, qué pensaba de sus propias obras, cómo era su joven amante (seguro que la tenía e interesaría igual o más que su poesía). En fin. Pero hay un período de siete años, desde 1585 hasta 1592, conocido como los “Años perdidos” en el que le perdemos la pista a Shakespeare y nada de él se sabe. Lo mismo ocurrió con Agatha Christie, la reina del misterio. En el año 1926 se esfumó sin dejar rastro, causando una total conmoción en el Reino Unido. Ese agujero de once días es uno de esos misterios que el mismísimo Poirot habría querido desentrañar. Apareció finalmente en un hotel, inscrita con un nombre falso y mostrando síntomas de amnesia tras un accidente. Celos, infidelidades, intento de suicidio… una auténtica “novela de misterio” en la que incluso intervino su colega Conan Doyle, pidiendo ayuda a una médium para localizar a la insigne escritora. En la actualidad el GPS de su coche y las coordenadas generadas por su teléfono móvil le habrían impedido tal desaparición. También hay un agujero en la biografía del escritor Philip K. Dick durante dos semanas de marzo de 1972 en Vancouver. Tras una convención estuvo en casa de algunos conocidos hasta que su pista se pierde. Al final fue encontrado en un motel barato, atiborrado de calmantes, al borde de la muerte. No resultarían tan misteriosos estos días si no fuese porque, como señala Emmanuel Carrère en la genial biografía que le dedicó, K. Dick necesitaba de compañía constante. Tampoco si, anacronismo mediante, hubiese twitteado desde la desesperación algún mensaje, alguna foto, algún video.

Aunque el mayor misterio literario quizá se lo debamos a Edgar Allan Poe, quien además de escribir fascinantes relatos de terror e inaugurar el género detectivesco fue protagonista de un final tan dramático como fabuloso. Un final que ha sido aprovechado por Matthew Pearl, quien escribió una novela en la que mezcla ficción y biografía, misterio y suspense, en torno a la muerte del autor de “El cuervo”. Sabemos que Poe falleció tras sufrir delirios, que fue encontrado en la calle, como si de un vagabundo se tratase, con síntomas de embriaguez y locura, y vestido con ropas que no le pertenecían. Pero hay también huecos en esos últimos días, orificios de misterio que nos invitan a fabular, a hacernos preguntas al respecto. ¿Qué le sucedió a Poe? Poe tampoco tenía cuenta de Facebook en aquel entonces. Si la tuviese es posible que su foto de perfil fuese un cuervo negro y contuviese fotos gamberras de su última noche de fiesta y muerte.

Hoy día esos misterios son casi impensables. Autores de la talla de Shakespeare tendrían cuenta en Facebook, canales de YouTube con miles de seguidores, y sus biografías serían tan conocidas o más que sus propias obras. Bueno, el pobre de Poe alcanzó la fama después de muerto. Hay autores que se han escondido a propósito, es cierto: Salinger, Pynchon, Onetti… Quizá porque nacieron justo antes de esta era digital, caracterizada por un exacerbado culto a la imagen pública, la exposición total de nuestras miserias y la falta de pudor a la hora de mostrar cada uno de los más íntimos, e insignificantes, detalles de nuestras biografías. La vida como escaparate. Sin espacio privado. Devorados por la inmediatez. Sin tiempo para la reflexión. La vida privada transformada en una obscena narrativa del yo.

Como leí el otro día en Facebook, ese lugar íntimo y privado, “En el futuro todo el mundo querrá sus cinco minutos de anonimato”.

 

Pedro Pujante es doctor en Literatura, profesor de escritura creativa y crítico literario. Ha colaborado con diversas revistas, como Quimera Revista de Letras. Ha publicado varios libros de relatos, novela y ensayo. Sus últimos libros son la novela Las suplantaciones (Mar Editor, 2019) y el ensayo Mircea Cãrtãrescu. La rescritura de lo fantástico (Editorial Académica Española, 2019).

La imagen que ilustra el texto es obra de Evelyn Bencicova, cuyo trabajo puede ser disfrutado en su página web: http://evelynbencicova.com/