La escritura de Esteban Castromán es un borbotón de ideas e imágenes que no deja a nadie indiferente, su literatura puede ser leída como un homenaje al canon o como el ejercicio más socavador del mismo, por eso es una alegría contar con uno de sus textos en penúltiMa.

 

1.

Cartulina chambril 240 gramos formato A5 texto impreso a un color: “HOMENAJE A RODOLFO FOGWILL. A 20 años de la publicación de Vivir afuera, lo invitamos a participar del cóctel conmemorativo que se realizará el 29 de septiembre de 2018 en el salón principal de la Biblioteca Nacional (Agüero 2502, Ciudad Autónoma de Buenos Aires). Código de vestimenta: FORMAL. Por favor confirme asistencia”.

 

2.

Al menos ochenta y nueve personas deambulan dentro de este perímetro celebratorio: escritores trajeados, escritoras de largo, mozos llevando y trayendo bandejas con canapés y champagne, algunos editores de esmoquin, funcionarios panzones, críticos paranoides, asesinos seriales en potencia. El recinto está luqueado con cierta estética porno-lujo-grasa, como si se tratara del camarín de una diva rica, popular y masiva que sufrió gigantismo. Rompiendo el hielo ambiental, se escuchan las melodías aterciopeladas de un disco lanzado hace muy pocos meses que, a pesar de su breve lapso de vida, tuvo la virtud de conquistar a diferentes segmentos de público: Bossa´n´Sumo. Muchos se van animando a corear fragmentos de estrofas, entre sorbos y bocados, incluso estribillos enteros, al ritmo de este nuevo fluir ralentizado y chill out, cuyas asperezas originales han sido prolijamente pulidas.

 

3.

La puerta de entrada sigue escupiendo practicantes de una liturgia que al saludarse entre sí con un doble beso lanzan frases de diseño (que bueno encontrarte por acá o hagamos un asado la semana que viene), preguntas incómodas (¿qué están por sacar este año? o ¿pudiste leer mi novela?) y algún que otro cuchillazo blando (¡no me llamaste nunca más hijoderemilputa!).

 

4.

Sobre un costado del salón, desde arriba cuelga una gran lona vertical donde se distingue el rostro, en blanco y negro, del escritor homenajeado. Quizá por no haber sido montada con precisión, la superficie se pliega de tal manera que su gesto parece colérico. Pero nadie repara en ello porque tan solo es un efecto visual del error logístico, y no un atributo de la imagen en sí.

 

 

5.

Debajo de la lona está empotrado el DJ. Si bien las canciones pertenecen a un mismo disco que se reproduce en piloto automático, el muñeco monta su showcito para justificar el laburo de carne y hueso por el cual fue contratado mientras piensa: a ver si todavía los organizadores se arrepienten y empiezan a comentar por lo bajo que hubiera sido lo mismo meter un reproductor mp3 y ya. Entonces, micro espectáculo: monerías de registro carnavalesco, manipulación obsesiva de los auriculares, aparente selección de la oferta musical en los nutridos listados de su Mac, potenciómetros que giran de izquierda a derecha y viceversa.

 

6.

En tanto los invitados van izando jirones de sus borracheras individuales, el flamante director de la Biblioteca Nacional ensaya el discurso que en unos minutos se encargará de leer ante el público. Para obtener un efecto-burbuja de concentración decidió refugiarse en el pasillo que comunica la cocina con el salón, por donde camareras y camareros van y vienen sin parar.

 

7.

Siete escritores poguean la versión edulcorada de Regtest en el centro del salón. Una copa cae al piso y esquirlas de vidrio se propagan cual bomba molotov, lastimando el tobillo de chica-vestido largo rojo-zapatos taco aguja. Al principio ella ríe burlándose de sí misma con la impronta de un stand up amortiguador. Sin embargo, cuando la sangre brota exagerada, inicia un escándalo; tal vez para trocar sufrimiento por un poco de fama in situ. Funcionario panzón y editor de esmoquin trasladan el cuerpo herido a un rincón, acomodándolo sobre una silla con la pierna en alto. Ya llegan los doctores, promete el funcionario, para tranquilizarla, aun antes de haberse comunicado con el servicio de salud: ese tipo de garantía ciega y falaz propia de la clase política.

 

8.

En el rincón diametralmente opuesto estalla quilombo. Varios curiosos forman un círculo que tabica cierto campo de batalla doméstico. Escritor y crítico se empujan, discuten, como si se tratara de una riña freestyle entre raperos: te voy a matar/quién sos vos rata/te voy a romper la trucha/caído del catre te saco los sesos te saco/a quién le ganaste pedazo de forro/sabés lo que hago con mierdas como vos/te voy a meter esa corbata por el ojete caretón/de dónde saliste pescado/y quién sos vos pececito/salido de la pecera/a quién pescaste pedazo de trucha/te voy a sacar las escamas/sabés lo que hago con corbatas como vos/te voy a pescar/te voy a romper el saco/te voy a sacar de la pesca/te rompo el voy toda posibilidad de ir de que vayas adonde sea/te rompo la trucha/te tiro el catre encima/te saco los sesos por el ojete/te despedazo la careta/te gano rata/te mato pedazo de forro…

 

 

9.

Cuando el DJ suspende la música y los altoparlantes amplifican en un registro grave las palabras hola hola probando, el escritor y el crítico transforman su ambicioso e improvisado proyecto cooperativista de violencia implosiva en un puestito de murga barrial periférica que vende espuma en aerosol tipo Rey Momo durante festejos carnavalescos.

 

10.

Ahora el flamante director de la Biblioteca Nacional se ubica frente al micrófono a punto de comenzar su discurso. La mayoría de los invitados presionan la función PAUSA en sus mambos individuales, disponiéndose a prestar atención, al menos durante los primeros minutos que están por suceder.

 

11.

Buenas noches. Gracias por venir. Es un orgullo para nosotros homenajear a este gran escritor argen…

 

12.

De repente se escucha una explosión feroz a poca distancia, pero que no sale por los parlantes. El flamante director de la Biblioteca Nacional interrumpe su parlamento. Un campo magnético travestido en microsegundo sincroniza la energía paranoica y pesimista de los invitados a la fiesta. También la de los mozos. También la de los organizadores. También la de los bibliotecarios que entraron para morfar de arriba. Ese microsegundo travestido en epifanía fatal parece durar varios minutos de intensidad colectiva psicovoltaica.

 

13.

Una segunda explosión, similar a la anterior, deconstruye la imantación del silencio. Invitados y mozos corren en dirección a los ventanales, sorteando el circuito cerrado de este perímetro diseñado para funcionar a modo de espacio celebratorio. Las trampas de la nocturnidad solo les permiten visualizar luces de edificios cercanos, movimiento alterado sobre avenida Las Heras, muchedumbre agazapada sobre las rejas que anteceden al jardín de entrada a la Biblioteca Nacional espejando sus ejercicios de observación y sorpresa.

 

Alguien ubicado sobre el marco derecho del ventanal grita: ¡Hay un incendio allá abajo!

 

15.

Y se oye una tercera descarga. Esta vez con un registro más próximo, visceral, como si estuvieran estallando los intestinos de la misma arquitectura.

 

16.

La cuarta y la quinta suceden casi al unísono, a modo de golpe en apoyatura ejecutado por un baterista gigante para dar inicio a la ópera noise desmesurada que sigue a continuación.

 

17.

Corridas en loop. Gritos. Estampidas de salón. Gritos. Pequeños éxodos de cabotaje. Gritos. Algunos entran al guardarropa con ímpetu trastornado en busca de abrigos, carteras, buzos y mochilas. Otros mensajean, twittean, facebookean y fotografían con sus teléfonos móviles inteligentes, pero ninguno hace una llamada.

 

18.

Aquel acuerdo de paralelismo horizontal entre el piso del salón y el planeta Tierra diseñado por el arquitecto Clorindo Testa ahora se desregulariza, ya que el nivel superior de la Biblioteca Nacional comienza a derrumbarse y la fiesta emula la experiencia gravitacional de un barco que colisionó contra un iceberg y está en pleno proceso de hundimiento.

 

19.

Entonces todo lo real se voltea unos cuarenta y cinco grados.

 

20.

Zoom out hacia el exterior: el salón luce como una caja de zapatos cayendo accidentalmente desde una pila formada por otras cajas similares que están debajo.

 

21.

Zoom in hacia el interior: el salón luce como una caja de zapatos dentro de la cual ciento sesenta y seis cuerpos se apilan despatarrados sobre una franja lateral, jurisdicción del plano inclinado inferior.

 

22.

Entonces todo lo real se vuelve fatal: la rotación ha contaminado la atmósfera con una especie de ántrax patafísico.

 

23.

¿Dónde queda la salida de emergencia?, mientras intenta salir a flote escalando la montaña de cuerpos, pregunta a los gritos un editor vestido de esmoquin.

 

 

24.

Me pisaste, la concha de tu hermana, vocifera un crítico desde abajo, segundos antes de lanzarle una trompada que lo noquea.

 

25.

No te metas con mi amigo, interviene alguien desde la ultratumba humana y logra liberar una pierna con la fuerza necesaria para darle masa al crítico.

 

26.

Vení acá si sos pulenta, crítico en cuclillas desafía apuntando su amenaza a suela marrón de la zapatilla Converse que lo golpeó, cuyo resto de cuerpo no alcanza a ver ya que aún sigue atrapado dentro del amasijo de carne, hueso, telas y accesorios fabricados con materia prima barata.

 

27.

¿Qué te pasa, sos guapo acaso?, retruca dueño de Converse -cuando finalmente logra zafarse de la albóndiga humana-, aproximando su cara muy cerca de la del crítico, con un gesto cocorito que pretende batirse a duelo, aun en este escenario de caos inexplicable.

 

28.

¿No ven que está todo mal y si no nos vamos de acá ya mismo somos boleta?, exclama una chica que logró pararse y hace equilibrio sobre el lateral del salón más cercano a la puerta de salida. Y ustedes teatralizando una riña de gallos-machos-alfa como si nada, agrega. Son realmente dos pelotudos que…

 

29.

Antes de que la chica termine la frase, un hombre de bigotes emerge de la masa amorfa e interrumpe su parlamento para iniciar un breve monólogo. Dice llamarse Wolff y asegura esto de las bombas tiene que ver con el fantasma de Rodolfo, posta; si les cabe alguna duda, deberían….

 

30.

Antes de que Wolff termine la frase, el estruendo de una nueva explosión interrumpe su parlamento para colapsar el frágil nivel de atención de la mayoría. Y ahora se corta el suministro eléctrico en el edificio. Y todo queda a oscuras.

 

31.

En la negrura de este caos inclinado respecto al eje terrícola estándar, se desploma la gran lona en cuyo frente está impreso el rostro del escritor homenajeado, pero que debido a la falta de iluminación es tan solo un pedazo de materia molesta para quienes se fuman su peso. Como un manto del infierno, caído del cielo, capaz de entorpecer la respiración para algunos integrantes de la bola humana formada por ciento sesenta y seis cuerpos angustiados.

 

32.

Muchas lucecitas se encienden. Teléfonos móviles linterneando las tinieblas. Un tipo de combate violento, físico, mediante el cual se determina quiénes logran emerger por sobre los demás. Pero en este contexto, ser emergente no implica obtener un resultado favorable en el campo de juego simbólico de la praxis cultural; no supone estar inaugurando una nueva coordenada vital en la cartografía literaria argentina; no denota la noción de “promesa a tener en cuenta”. No. Ser emergente, aquí y ahora, consiste en una idea simple, básica, primitiva: zafar de la muerte. Alcanzar la puerta de salida, trepando cuerpos, muebles, botellas rotas y manteles arrugados, a pesar de las dificultades pragmáticas. Manotazos propinados por luciérnagas de comportamiento irregular, desprolijo, egoísta, pendenciero, iracundo, viscoso.

 

33.

Nueve personas logran abandonar el salón del caos y se refugian en el área de las escaleras, ligeramente iluminada por una luz de emergencia. Apoyan sus espaldas contra una pared de cemento gris que oficia de soporte. Respiran profundo. Se amparan en abstracciones tales como supervivencia y futuro. Estudian la sensatez escheriana que han adoptado las escaleras. A pesar de la confusión, todos persiguen un fin simétrico: abandonar la estructura edilicia de esta versión alterada de la Biblioteca Nacional.

 

34.

Ellos son, de izquierda a derecha: 1) editor de esmoquin; 2) DJ de la fiesta; 3) chica cuyo tobillo fue alcanzado por los vidrios de la copa que estalló en el suelo; 4) crítico que se peleó con el escritor; 5) escritor que se peleó con el crítico; 6) el flamante director de la Biblioteca Nacional; 7) una moza llamada Nancy; 8) el hombre que dice llamarse Wolff; 9) dueño de las zapatillas Converse que apuró al crítico en una situación confusa, antes de la suspensión del suministro eléctrico.

 

35.

Cada uno administra la expansión del horror individual a su manera.

 

36.

Nancy toma la delantera y se manda hacia las escaleras. Ya fue, dice para sí misma –con un volumen de voz poco nítido, pero aún así perceptible para los demás- y avanza. No obstante, cierto ángulo todavía sostiene la idea de descenso, comienza a bajar casi horizontal, un desplazamiento más bien a lo largo.

 

37.

DJ reflexiona en voz alta: pero así no vamos a ningún lado…

Dueño de las zapatillas Converse responde: es la única manera, sino ¿cómo mierda nos vamos de acá?

Chica cuyo tobillo fue alcanzado por los vidrios de la copa que estalló en el suelo: tiene razón el di yei, esto es cualquiera, sino miren la…

Hombre que dice llamarse Wolff: ¡gente, a no desesperar! sigamos a la moza que la debe tener clara, seguro conoce los yeites de este edificio.

Editor de esmoquin: hay que salir por otro lado, algo más directo que estas escaleras imposibles.

Dueño de zapatillas Converse: ¿ah sí?… a ver, decime negro, ¿qué querés inventar?

 

38.

La temperatura ambiental va aumentando con el transcurso de los minutos. La sensación atmosférica se torna cada vez más densa. El valor físico del caos (si fuera posible medirlo) sufre una experiencia inflacionaria. El incendio propaga veloz su realismo letal hacia las distintas zonas de esta construcción, donde hasta hace muy poco solía funcionar la emblemática Biblioteca Nacional. Aparecen los primeros indicios de humo.

 

39.

Chica cuyo tobillo fue alcanzado por los vidrios de la copa que estalló en el suelo: hace mucho calor… encima el humo… estamos cagados… todo mal… no quiero morir esta noche… por favor… no quiero morir nunca… y mucho menos… esta noche…

Hombre que dice llamarse Wolff: calmate, vamos a salir de esta, vas a ver, pero no tenemos que desesperar, hay que pensar con claridad absoluta.

Escritor que se peleó con el crítico: shhh! ¿escuchan? hay helicópteros… vienen por nosotros.

Crítico que se peleó con el escritor: pero, ¿vos sos pelotudo, flaco? ¿cómo mierda pensás que nos van a sacar de acá?

Escritor que se peleó con el crítico: shhh! escuchen… escuchen….

 

40.

El dueño de las zapatillas Converse le pega una trompada al escritor que se peleó con el crítico, lo derriba, luego de decirle: ¡helicópteros mi japi, pedazo de forro!

 

41.

El crítico que se peleó con el escritor, el DJ y el hombre que dice llamarse Wolff se tiran encima del dueño de las zapatillas Converse. ¿Vos sos pelotudo? ¿No te das cuenta que está todo mal? ¿Cómo vas a pegarle a este chabón?, le reprochan con violencia.

 

42.

La chica cuyo tobillo fue alcanzado por los vidrios de la copa que estalló en el suelo se larga a llorar desconsolada: nos vamos a morir… nos vamos a morir… nos vamos a morir…

Callate, pelotuda, le grita con brusquedad el dueño de las zapatillas Converse, mientras intenta zafarse de la presión que los tres muñecos sostienen sobre su cuerpo para amortiguar cualquier arrebato efervescente.

No seas hijo de puta, es una mina huevón, arremete el crítico que se peleó con el escritor.

¿Y qué tiene que sea una mina?, responde el dueño de las zapatillas Converse.

Está clarísimo… vos no entendés nada de nada…, concluye el crítico que se peleó con el escritor.

 

43.

Aprovechando la proximidad de sus cuerpos, el dueño de las zapatillas Converse le tira un tucumanazo al crítico que se peleó con el escritor, pero le yerra.

 

44.

A modo de represalia, el crítico que se peleó con el escritor, el DJ y el hombre que dice llamarse Wolff, sin decirse nada entre ellos, espontáneamente, deciden cagar a trompadas y a patadas al dueño de las zapatillas Converse. Luego de la tunda, cuando cae al suelo inclinado, su cuerpo gira un par de veces hasta que la pared de cemento gris oficia de soporte y destino final.

 

45.

¡Basta, carajo!, se impone -aunque algo desfasado en el tiempo- el flamante director de la Biblioteca Nacional. Y agrega: creo que sé cómo salir de este edificio, no por las escaleras, sino por otro wing… ¿me siguen?

La chica cuyo tobillo fue alcanzado por los vidrios de la copa que estalló en el suelo le responde, aún afectada por una vibra llorona: si me sacás de acá, hago lo que vos quieras… lo digo en serio… mirá que yo no soy como esas histéricas… cuando digo algo, lo hago… sin reparos de ningún tipo…

El crítico que se peleó con el escritor: claro que sí, man… sacanos de este infierno ya mismo… no sé qué mierda hicieron ustedes los de la biblioteca para hacerlos cagar fuego de esta manera, pero evidentemente se ganaron varios enemigos.

No, no, ustedes no entienden nada…. ¿todavía no se dan cuenta que se trata de Rodolfo?… está bastante enojado con todo este circo que organizaron, no le cabe ni a palos… asevera el hombre que dice llamarse Wolff.

¿Quién carajo es Rodolfo?, pregunta el DJ.

Sí, ¿quién mierda es ese tal Rodolfo?, agrega la chica cuyo tobillo fue alcanzado por los vidrios de la copa que estalló en el suelo.

¿Que quién es Rodolfo? Rodolfo es uno de los… antes de que el flamante director de la Biblioteca Nacional termine la frase, un grito que proviene de escaleras abajo interrumpe su parlamento.

 

46.

Se trata de Nancy.

 

47.

Un segundo alarido antecede la reverberación de una frase desesperada que emerge por el hueco diseñado para satisfacer aquella manía de subir y bajar todo el tiempo: ¡me quemo! ¡me quemo! ¡la concha de la lora, me quemo! ¡es horrible sentir el fuego en la piel!

 

48.

Ser testigos pasivos de la muerte de Nancy -como si se tratase de una siniestra performance de arte sonoro en tiempo real- les provoca un bajón transitorio que sus propios instintos de autoconservación y la inevitable variable egoísta disuelven al toque. Entonces tanto el editor de esmoquin, el DJ de la fiesta y la chica cuyo tobillo fue alcanzado por los vidrios de la copa que estalló en el suelo, como el crítico que se peleó con el escritor y el hombre que dice llamarse Wolff, van tras los pasos del flamante director de la Biblioteca Nacional.

 

49.

Y abandonan los cuerpos, demolidos por la violencia, del escritor que se peleó con el crítico y del dueño de las zapatillas Converse que apuró al crítico en una situación confusa, antes de la suspensión del suministro eléctrico. Los dejan tirados allí: dos tótems de carne y hueso en estado de desmayo que el destino, la fortuna o, tal vez, simplemente, el devenir lógico de las circunstancias futuras se encargará de asignarles un rol dentro del magma caótico llamado galaxia.

 

50.

El flamante director de la Biblioteca Nacional pareciera liderar una especie de huída VIP, ignorando a las ciento y pico de personas que aún esperan un rescate institucional en el salón donde se llevó a cabo el evento. Es que ha decidido implementar un éxodo privado para salvar su pellejo –y, de rebote, la de estos cinco perdedores que me siguen, piensa-, en vez de poner en marcha un plan de salvataje general. De última, esto fue un ataque terrorista y nada se puede hacer al respecto… y se va todo a la concha de su madre… pero yo de acá me voy ur-gen-te, conjetura en silencio mientras avanza por pasillos torcidos y oscuros, que si no fueran así por efecto de las explosiones cargarían con un tipo de belleza arquitectónica singular aun superadora del surrealismo.

 

51.

Unos pocos metros detrás de él avanzan los demás. Cinco neuróticos que no quieren morir (ni hoy ni nunca) y, por lo tanto, han apostado sus últimas fichas a la promesa del flamante director de la Biblioteca Nacional para zafar de tal posibilidad no demasiado descabellada, teniendo en cuenta las circunstancias. Una especie de casino macabro donde la supervivencia depende de tres variables: el aquí (todo aquello que fácticamente suceda), el ahora (todo aquello que se vaya revelando en cada segundo del presente inmediato) y el azar (todo aquello no predecible, el abismo del sinsentido, el sabor agridulce de lo aleatorio).

 

52.

¿Adónde estamos yendo?, pregunta la única mujer del grupo.

Sí, estamos girando en círculos hace más de diez minutos… ¿qué onda?, interroga el crítico que se peleó con el escritor.

¿Hay salida o no hay salida? Decime la posta, prefiero saberlo ya y no andar especulando con cosas que quizá jamás ocurran en el futuro, interviene el hombre que dice llamarse Wolff.

Sí, decinos la verdad… él tiene razón…, salpica tibiamente el DJ de la fiesta.

 

53.

La temperatura del ambiente se vuelve cada vez más y más densa, debido a que el incendio ya cubre el setenta por ciento de la construcción y continúa avanzando con notable velocidad.

 

54.

El flamante director de la Biblioteca Nacional frena su marcha, da un pequeño giro sobre su eje y desliza su espalda hacia abajo por la pared inclinada del pasillo, hasta quedar en cuclillas. Esconde su cara entre las piernas, mientras menea su cabeza de un lado al otro. Empieza a llorar como un niño.

 

55.

La chica cuyo tobillo fue alcanzado por los vidrios de la copa que estalló en el suelo pregunta ¿qué pasa?… decinos la verdad, por favor…

Chabón… o me cantás la posta o te rompo la jeta acá mismo… no me importa quién sos ni a qué te dedicás, ¿me entendiste? esto tiene que ver con mi vida, la concha de tu madre… dale, parate y decime cómo es la cosa… amenaza el crítico que se peleó con el escritor.

 

56.

Y el humo también se hace presente en todos los pasillos, para montar su show apocalíptico en esta suerte de laberinto inclinado, paranoico y estanco.

 

57.

El flamante director de la Biblioteca Nacional levanta su cabeza y mira al resto del grupo. Sus ojos están inyectados de angustia colorada y líquida. Intenta bocetar una frase, decir algo, pero no puede: una nueva oleada de llantos lo arrastra, lo abduce, lo ahoga, lo aniquila.

 

58.

El hombre que dice llamarse Wolff vuelve a interpelarlo, como si tal estrategia pudiera exprimirle algún tipo de respuesta, o quizá tan solo sea una treta para retrasar el momento en que aquella certeza del final inevitable -que todos en el grupo saben, pero ninguno acepta- se vuelva realmente real: mirá, no hay mucha vuelta que darle, esto es blanco o negro, como un sistema binario… ¿qué hacemos? ¿salimos o nos quedamos? ¿vivir afuera o morir adentro?

 

59.

El flamante director de la Biblioteca Nacional llora como un marrano. Cuando consigue acopiar el coraje necesario para manifestar en palabras la respuesta para los demás que viene amasando con tristeza y resignación (perdón, estamos perdidos, perdón…), un movimiento brusco suspende su naciente inercia del habla. La estructura edilicia superior de la Biblioteca Nacional se desploma del todo. Lo que hasta hace poco era techo ahora es suelo y viceversa.

 

60.

El humo ya se ha colado en los sistemas respiratorios de los seis cuerpos que caen con violencia. El fuego les contagia su propiedad inflamable y se inicia un proceso de combustión global orientado a regresar cada elemento físico al grado cero de la nada.

 

Esteban Castromán

Esteban Castromán (Buenos Aires, 1975) ha publicado El Tucumanazo, Pulsión, 380 voltios, Fin, El alud y La cuarta dimensión del signo, entre otros. Es, además, uno de los responsables del colectivo Clase Turista.

Poe y compañía es la sección dedicada a la ficción  en penúltiMa. Por necesidad un relato colgado en la web no debe ser muy largo, y eso nos recuerda a la unidad de impresión de la que habló el iniciador del cuento literario moderno. No nos parece mala cofradía para unirse a ella.