El proyecto Crack que ahora les presentamos parte de una idea original del escritor uruguayo Miguel Avero quien, mediado el mundial de Brasil en 2014, contactó con el poeta colombiano Didier Andrés Castro y con el poeta mexicano Ricardo Limassol para proponerles escribir textos breves sobre fútbol. Los tres relatos se acompañaron con ilustraciones de Miguel Rual, Sandra Martínez y Vicente Monroy y este primer volumen de la serie vino precedido por un prólogo de la escritora española María Yuste. Como decía María en su texto introductorio, el fútbol no era más que una excusa para seguir escribiendo. Se trataba de textos que, en realidad, bordeaban el deporte y se demoraban en los aledaños, más o menos como ha seguido sucediendo en los siguientes volúmenes. Textos frescos, mayoritariamente expresiones de un yo angustiado, pero también juerguista y libidinoso; un yo que siempre andaba atravesado por la literatura (y su prima hermana: la vida).
La copa América de 2015 sirvió de excusa para una nueva edición de Crack, que apareció como un dossier especial en la revista mexicana Hermano Cerdo, con relatos y crónicas de Sico Pérez, Miguel Avero, J.S. de Montfort, Ignacio Concha y Didier Andrés Castro. La celebración especial de la Copa América Centenario, en 2016, organizada por la Conmebol y la Concacaf, dio pie a una nueva edición de Crack. En este tercer volumen escribieron J. S. de Montfort, Sico Pérez, Jorge Sosa, Matías Mateus, Darío Rodríguez, Miguel Avero, Franz Leonel López y Didier Andrés Castro.
Pero el Mundial siguiente no acababa de llegar (¡cuatro años es demasiado tiempo!), así que la pandilla Crack se sacó de la manga un especial navideño en las navidades de 2017, una recopilación de textos rumbosos y fiesteros, para el que escribieron Javier G. Cozzolino, Miguel Avero, Gerardo Grande, Pablo Manzano, Darío Rodríguez, Didier Andrés Castro, Vicente Monroy, Sico Pérez y J. S. de Montfort. Textos sobre la Navidad en los que, como no podía ser de otra manera, se coló el fútbol.
Y, finalmente, y al calor reverberante del postMundial último, el de Rusia, surge Crack Vol.5, con textos de Didier Andrés Castro, Ari Basciani, Martin Parra, Teresa Zerón, Darío Rodríguez, José de Montfort, Sico Pérez y Alexandra Espinosa.
El proyecto fanzine/mini-libro Crack es una celebración del fútbol, pero también de la vida, de la amistad y de la escritura. La revista Penúltima quiere unirse a esta hermandad literario/futbolística ofreciéndoles en exclusiva uno de los textos del volumen: “La canción de fondo”, de la escritora venezolana Ari Banciani. Porque sí, porque Crack también es feminista.
Que Vd. Lo disfruten.

 

No hay nada más atractivo que ver una pasión emerger hacia una “descarga significativa”, como diría Peter Brook. Esa descarga puede ser perfectamente un gol en un mundial, la emoción de la hinchada hacia su equipo, cuatro semanas de fútbol con una canción de fondo. En 2017, un estudio de la Universidad de Coimbra, en Portugal, afirmaba que los sentimientos despertados entre una persona enamorada y un apasionado por el fútbol aparentan una naturaleza similar. Si aunado a esto pensamos que los mundiales suceden en verano y que necesitan de canciones para brotar nuestro eros la ecuación podría ser perfecta, pero hay pocos mundiales que lo han logrado. Si pienso en retrospectiva, las canciones de los mundiales han creado un imaginario futbolístico, tanto para quienes son hinchas habituales como para quienes no lo son. En mi caso, las canciones y los mundiales han ido en paralelo con el desarrollo de mi erotismo y mi pasión por el género masculino. Y es que ese deseo es un exceso que pugna por salir; por lo que mi placer erótico es el gasto de ese deseo.

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En el año 1990, varios de mis primos italianos fueron de vacaciones a Caracas para visitar a mi abuela, la nonna. A la vieja le trajeron pasta, tomate en lata y cosas típicas italianas que quizás no se exportaban, mientras que a mí y al resto de mis primos caraqueños nos trajeron ropa y souvenirs cursis. Más allá de la mascota del mundial de ese año formada por un montón de cubos que hacían la silueta de una persona con la bandera de Italia y la pelota de fútbol como cabeza, lo que se quedó en mi memoria fue una falda negra de terciopelo con rosas rojas muy pequeñas, el regocijo de besarme pudorosamente con un primo extranjero en la parte de atrás de la camioneta de mi papá y saberme la canción al pelo de Gianna Nannini y Edoardo Bennato, Un’estate italiana, gracias al cassette con las canciones de Italia 90 que vino también en aquellas maletas.

Forse non sarà una canzone

a cambiare le regole del gioco

ma voglio viverla così quest’aventura

senza frontiere e con il cuore in gola.

 

(Tal vez no será una canción

la que cambiará las reglas del juego

pero quiero vivirla así esta aventura

sin fronteras y con el corazón en la garganta)

Un‘estate italiana es la traducción de “un verano italiano”, el perfecto título que hoy en día me haría pensar que aquel pudo ser el hit del verano de ese año en España, pero lo que recuerdo viendo su videoclip –así se llamaban en los 90–, es que los creadores de los stories de Instagram se inspiraron quizás en ese vídeo de Gianna y Edoardo para incorporar los gif a la plataforma millennial. Sin embargo, prefiero quedarme con lo corporal, con el goce de mi lolita de siete años que se preguntaba cómo besar a un primo de la misma edad que hoy es desconocido, a pesar de que los mundiales hayan seguido pasando.

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Pasaron ocho años para que otra canción de un mundial fuera un hit. USA 94 fue un fiasco para el mundo de la música pop “mundialística”. Pero llegó Francia 1998, un país al otro lado del charco, con la exYugoslavia jugando en el césped junto a un gallo 17 azul que bailaba una canción cantada por un puertorriqueño desconocido llamado Ricky Martin. Por supuesto que Ricky no era desconocido en Latinoamérica, el puertorriqueño era alguien a quien habíamos visto desde pequeños. A las adolescentes nos volvía loquitas, posiblemente porque perteneció en sus inicios a la boyband Menudo, de la cual, yo y muchas más, tuvimos afiches pegados en las paredes del cuarto.

Here we go! Ale, ale, ale!

Go, go, go! Ale, ale, ale!

“La copa de la vida” era el título de la canción de Ricky que, en su perfecto inglés, le cantaba a los futboleros, mientras el guiño “ale, ale, ale” era idóneo para picarle el ojo a un francés, recordando cómo animar a su equipo: “allez les bleus”, “allez a la France”. Sin embargo, eso no me movía a mí, yo soñaba con un Ricky sudoroso y musculoso que cantaba la canción en español, que tenía más punch que la versión anglosajona.

La vida es pura pasión

hay que llenar tu copa de amor.

Para vivir hay que luchar,

un corazón para ganar.

 Hoy en día la canción no tiene tanta gracia y Ricky salió del clóset eliminando muchos deseos femeninos, sin embargo, sí había sabor en los movimientos de Ricky en el vídeo, en los jugadores corriendo por el campo, en la selección italiana, en Del Piero o Maldini, en los franceses como Zidane o en los argentinos como Batistuta. Hombres que corren en shorts cortos, con músculos como esculturas de Bernini. Eso era el calor de mi adolescencia a los 15 años, ese verano de Francia 98 terminó con la compra del CD de Ricky Martin. Después de ahí, los cuerpos masculinos sudorosos no volvieron a ser lo mismo que eran antes.

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Más de una década después yo había dejado atrás mi natal Caracas, cambiándola por un país al otro lado del charco y una ciudad más cosmopolita: Barcelona. En doce años no había existido una canción oficial del mundial tan pop y con zandunga que nos emocionara como “La copa de la vida”, pero llegó el 2010 y llegó Suráfrica, no había más nada que decir: habíamos llegado al continente del ritmo, un paralelismo de mi propio ritmo. Además la canción 19 de esta edición la cantaba una latinoamericana que conocía muy bien: Shakira.

Hay que empezar de cero para tocar el cielo.

Ahora vamos por todo y todos vamos por ello.

Tsamina mina, zangaléwa, porque esto es

África.

Sin embargo, había algo particular en Shakira y su “Waka Waka”: me recordaba a otra cosa, a un merengue que a su vez era una canción africana. Fue así cómo reiteramos que la Shaki remixeaba mundialmente… ¿o plagiaba como en “Hips don’t lie”? Sin embargo, a nadie le importó todo aquello el 11 de julio de 2010, porque bailamos cuando España le ganó a Holanda.

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Inclusive en pleno auge independentista, bailaba en Barcelona, en Plaça Espanya, porque yo estaba en España y “habíamos” ganado el mundial, después de años intentándolo. Eso era pasión o era lo que nos movía, porque bailamos mucho “Waka Waka”, sudamos, nos encontramos, nos metimos en las fuentes a mojarnos para aliviar un verano húmedo, 20 nos abrazamos, nos besamos. Contagiamos a todos de deseo, mientras Shakira se embolsillaba lo que produjeron 9,5 millones de copias vendidas, mientras nosotros tomamos birra de paki. Vinieron más mundiales, más calor, más verano, pero menos hits; nadie le ganó a los 9,5 millones de copias de Shakira con el Waka waka. Sin embargo, yo seguiré bailando y besándome por las calles de la ciudad donde esté cuando termine un mundial, así como lo hice hace 15 días para celebrar la nueva victoria francesa con o sin canción, porque el amor al fútbol en los mundiales es un furor sagrado, es la recuperación de la totalidad y el descubrimiento del yo dentro de un gran todo, como diría Octavio Paz; es esa celebración del Eros y no de la Psique.

 

Ariana Basciani (1983). Mujer, caraqueña aunque viva en Barcelona. Sobre todo es overthinker, luego se podría decir que es periodista y especialista en marketing digital, entre otras cosas. Le gustan los libros, las series, el ceviche, las bebidas espirituosas y su iPhone. Odia escribir bios. Twitter: @masaria.

Preliminares es la sección donde anticipamos libros que se publicarán en breve, Adelantos que sirven como Preliminares del gozoso acto de encuentro con los lectores en forma de libro, donde la experiencia de lectura se torna verdaderamente material.