Leer y asociar, pensar mientras se escribe y releerse y volver a meditar, y así una y otra vez de modo reiterado hasta que el razonamiento se encarna en texto y el pensamiento permanece tensado: eso es un ensayo. Margo Glantz sabe escribirlos estupendamente.

 

Leo con atención viejas noticias cotidianas en las revistas y los periódicos estadounidenses. Una noticia reiterada anuncia que John Schardt, de 17 años de edad, ha dado muerte a dos jóvenes y herido a trece más en una secundaria de California. Después de cometer los crímenes con un arma que encontró en su casa, filmó a los caídos con una cámara de video, especialmente preparada para ello. Cuando llegaron los fotógrafos y entrevistadores de la televisión, les avisó orgulloso que les había ahorrado parte del trabajo. Ya en prisión declaró: ”Durante tres días fui un personaje famoso, hoy ya sólo me llamaron dos veces de la televisión, me decepciona; aunque no acepte contestar, me siento importante cuando me llaman. Me estoy convirtiendo de nuevo en alguien del montón, en una persona comun y corriente”.

En Florida, un adolescente negro, Lionel Tate, ha sido sentenciado a prisión perpetua por haber cometido a los 12 años un asesinato que el juez define como cruel, cínico y premeditado. La niña Tiffany Eunick, de 6 años de edad, le había sido confiada a la madre del muchacho, y mientras ésta dormía, Lionel, imitando a sus luchadores preferidos de la television, golpeó a la niña hasta matarla. El juez Lazarus previene a quienes hablan de buscar otras instancias para modificar la sentencia del joven que ya cumplió 14 años: “Solicitar una audiencia con el gobernador y buscar una reducción de la sentencia sería muy dañino para esta corte, no sólo arroja una luz ambigua sobre las funciones del sistema criminal de justicia, sino que, cuando el fallo es desfavorable para el acusado, el procedimiento mismo corre el riesgo de convertirse en un juego, si se acude a una instancia más alta para revocar la resolución del juez”.

La reacción de los políticos y de los encargados de hacer justicia ante los crímenes es, para no usar otra palabra, por lo menos curiosa (o tautológica). Aunque es del dominio común, muy pocos se refieren a la violencia cotidiana, intensificada por los medios y el cine, al derecho constitucional que permite libremente portar armas y a la existencia ilimitada de esos artefactos en cualquier casa o tienda, etc. Afirman que todos (incluso los menores de edad) son responsables de sus actos en una sociedad democrática; por lo tanto, la responsabilidad recae sobre los jóvenes asesinos, aunque hay quienes sugieren la necesidad de responsabilizar también a los padres. Un Procurador General tranquilizaba a sus conciudadanos: el congreso estaba a punto de aprobar una ley para que a todas las armas de fuego se les agregue un dispositivo de seguridad.

Por su parte, un editorialista del New York Times, Daniel R. Weinberger, preocupado por la recurrencia con que se cometen estos delitos, ha descubierto otra razón que explica las conductas criminales de los jóvenes: “Los asesinatos cometidos … en las escuelas …han tratado de entenderse recurriendo a causas que pueden dar cuenta de la conducta desviada de los jóvenes, por ejemplo, la violencia de los medios o la disolución de las familias. Son hechos innegables. Sin embargo, debería buscarse otra explicación para entender estas tragedias colectivas, la biología del cerebro juvenil. Muchos factores pueden disminuir la capacidad de la corteza pre-frontal para ejercer plenamente la función que nos permite controlar los impulsos. Por ejemplo, las enfermedades neurológicas que matan las células de esa zona del cerebro; las heridas en la cabeza que dañan asimismo a las células; el alcohol y la drogas que entorpecen su función y .finalmente, la inmadurez biológica ”.

Suena conocido, ¿la Roca Tarpeya ¿la limpieza de sangre? ¿la detección de criminales natos? ¿las teorías médicas que permitan eliminar a los enfermos mentales y proteger a la raza superior?

Elijo finalmente otra noticia para aterrizar, la transcribo: “Un residente de Brooklyn amaneció muerto en una esquina de ese barrio, había caído desde el dieciseisavo piso de un edificio: se le encontró una pistola calibre 38 en el cuerpo. El oficial de policía que lleva el caso aclaró que el señor Jones había amenazado muchas veces a la señora Mapp con castigarla si osaba separarse de él: ‘Te lo advertí, puedo hacerlo perfectamente, soy como Batman o como el Hombre Araña: me subiré a la azotea, bajare por las paredes y entraré por tu ventana’”.

 

Margo Glantz

Margo Glantz (Ciudad de México, 1930) es escritora y viajera. Ha escrito más de veinticinco libros de ensayo y narrativa, entre los que destacan Las genealogías (1981), Síndrome de naufragios (1984), Sor Juana Inés de la Cruz: Saberes y placeres (1995), El rastro (2002) y Saña (2008). Recibió la beca de la Fundación Guggenheim en 1996 y dos años después, en 1998, la Rockefeller. De 2008 a 2010, el FCE publicó tres volúmenes de sus Obras reunidas cuyo cuarto tomo está por salir. Ha traducido a George Bataille, Tennessee Williams y Michel de Ghelderode, entre otros. Entre los múltiples galardones por su trayectoria se encuentran el Premio Nacional de Ciencias y Artes 2004, el Premio FIL 2010, el Premio Iberoamericano de Narrativa Manuel Rojas 2015 y la XVI Presea Cervantina en el marco del Coloquio Cervantino Internacional. En Sexto Piso ha publicado Coronada de moscas (2012), Yo también me acuerdo (2014) y Por breve herida (2016).

Todo texto es un Palimpsesto, pero más todavía los que versan sobre otras producciones culturales. Haciendo un leve homenaje a Genette, en Palimpsestos se recogerán los textos críticos. En penúltiMa la crítica es meditación y diálogo. Los textos que pasan a entretejerse con aquellos de los que hablan.