Está ya en librerías la traducción de la primera novela de la escritora alemana radicada en Amsterdam Lotte Lentes.  La arena del desierto es la historia de Majid, un joven que ha crecido en los suburbios de Roubaix haciendo todo lo posible para dejar de ser invisible. Tras fracasar en sus intentos por ponerse a prueba y mostrar de lo que es capaz, Majid viaja a Siria, donde lo que encuentra dista mucho de ser la Tierra Prometida. Hasta que un día se le ofrece la oportunidad de convertirse en un héroe. Novela que evidencia la obsesión por la alteridad y la comprensión de lo que nos es ajeno, sobre todo cuando se convierte en fuente de violencia, llamó poderosamente la atención de la crítica neerlandesa.

 

De vuelta en nuestra habitación, Abú empezó a recoger enérgicamente. Yo me senté en mi colchón y no sabía qué decir.

—¿Qué pasa, Abú?

El hombre se movía de un lado para otro en nuestro pequeño cuarto, daba golpecitos en la pared, limpió una mancha del espejo.

—No lo entiendes, ¿verdad?

—¿El qué?

—Lo que está a punto de ocurrirte.

Lo que estaba a punto de ocurrirme era la razón por la que había venido. Yo quería unirme a la batalla, quería ir al frente, aunque también me daba lástima tener que ir a Irak, lejos de Abú, pero no entendía por qué se enfadaba tanto.

—¿Dónde te crees que están ahora todos los chicos que han venido a buscar en los últimos meses?

—No lo sé, a lo mejor les han dado otra misión allí mismo, en Irak.

Abú siseó entre dientes.

—Están muertos, Majid, me apuesto lo que quieras, están muertos.

Traté de sonreír. La muerte está ahí, forma parte de la guerra, pero quien combate por el bien supremo no debe temerla. El paraíso trasciende todo lo que experimentamos aquí en la tierra, eso me había dicho el mismo Abú.

—¿Sabes lo que va a pasar si vas a Irak, chico? Te meten en un coche lleno de explosivos y te mandan embestir un edificio que consideran valioso en ese momento. O bien te ponen un traje formal con un cinturón debajo que te ajustan por encima de la cintura para que vayas al mercado semanal y después: ¡bum! No te llevan a ningún campo de batalla, eres carne de cañón.

Un mártir, era ese el papel que el Comandante había pensado para mí, me iba a convertir en un mártir.

—Ellos no lo entienden.

Abú se sentó y sacó su ordenador portátil de debajo del colchón. Empujó la pantalla del viejo aparato con demasiada fuerza.

—No entienden quién es realmente el enemigo. ¿Qué sentido tiene barrer nuestras propias calles? El verdadero enemigo está mucho más lejos. Pero un día se presentará, te lo prometo, un día lo hará. Y no será nada agradable, como tampoco lo fue cuando se presentaron en Afganistán o en Irak. Saquearon nuestras ciudades, nos robaron nuestro petróleo, abusaron de nuestras madres, de nuestras hermanas, porque es eso lo que hacen los norteamericanos, Majid. Nos roban lo que es nuestro, destruyen nuestra cultura y escupen a nuestro Dios. ¿Y qué hacemos nosotros? Nos debilitamos. Despreciamos a los hombres con los que antes convivíamos pacíficamente porque no estamos de acuerdo en la traducción del Corán, cuando deberíamos unirnos, armarnos contra lo que llegará, porque van a llegar, Majid, no tardarán mucho en hacerlo.

Intenté imaginarme a mí mismo llevando un cinturón, con cables por el cuerpo, la plaza del mercado donde debía buscar la zona más concurrida, el pulsador que tenía que apretar y cómo de repente todo se termina. ¿Iba a quedar algún testimonio de mi paso por la Tierra?

—Yo no quiero eso, Abú.

—¿Qué es lo que no quieres?

En la casa segura nos dieron a elegir entre ir al campo de batalla o fabricar bombas. Pero todo el mundo sabía que fabricar bombas era lo mismo que llevarlas encima, y todos sabían que en realidad elegías entre morir o morir, pero yo no dudé ni un segundo. Desaparecer del mundo con una simple explosión no tiene nada de heroico.

—Yo no quiero saltar por los aires.

—Chico, escúchame bien.

Abú se arrodilló ante mí, le vi una pequeña calva brillante en la coronilla en la que nunca me había fijado antes. El hombre me tomó la cabeza entre las manos y yo me estremecí, hacía mucho tiempo que nadie me tocaba de esa manera.

—Tú, tú vas a ser un héroe, pero no así. Si quieres hacer algo de verdad, si quieres ser un verdadero guerrero como lo has demostrado en los últimos meses, tienes que volver. Tú sabes mejor que nadie dónde está el verdadero enemigo, porque has vivido como uno de ellos durante años. Y yo te puedo ayudar, conozco a las personas indicadas, que a su vez tienen otros contactos. Yo me encargo de darte dinero y todo lo que puedas necesitar. ¿Qué sentido tiene autoinmolarse matando a cuarenta civiles que a nadie le importan cuando puedes hacer algo grande, algo heroico?

Retiró las manos de mi cara.

—¿Y el Comandante? —le pregunté.

—Lo entenderá cuando vuelvas, entenderá que no te juzgó como debía y te lo agradecerá, créeme.

 

Lotte Lentes nació en Alemania en 1990 y vive en Ámsterdam. Estudió Literatura Europea en Radbound, Nimega. Ha sido seleccionada para el programa Slow Writing Lob de la Dutch Foundation for Literature, la residencia parisina de la Flemish-Duth House de Buren en Bruselas y el programa europeo de intercambio y formación CELA (Connecting Emerging Literary Artists). La arena del desierto es su primera novela.