¿Rednecks realmente rojos? ¿Cuellos rojos de izquierdas? Sí, existen, y son brillantes. Dirty Works está ya realizando la preventa en su página web (enlace al final) del libro que llegará a las librerías a finales de mes de septiembre o inicios de octubre, pero, ¿de qué trata este nuevo manifiesto sobre la cultura paleta y algo bruta del sur de los Estados Unidos que publica la editorial? Ellos mismos explican la gestación del libro: Trae y Corey volvían en coche de hacer unos monólogos en Atlanta. No se habían presentado ni ocho personas. Además, habían pagado por PayPal, así que hasta dentro de una semana no olerían la pasta. Fue en aquel viaje, entre lamentos de qué hacer con sus vidas, cuando a Trae se le ocurrió la idea de colgar en redes el primero de los hoy ya míticos vídeos del «redneck de izquierdas». Diatribas de no más de tres minutos sobre los clichés y las posturas derechistas estereotípicas de los «sureños» a propósito de la raza, el género, la igualdad, las armas, la religión, etc. Nada más llegar a casa lo grabó, lo colgó en Facebook y se fue a dormir. Al día siguiente tenía setenta mil visitas. El segundo alcanzó la escalofriante cifra de veinticinco millones. Sus vidas cambiaron de la noche a la mañana. Hoy, cada vez que van a actuar, tienen que colgar el cartel de «no quedan localidades». Este libro, escrito mano a mano con Corey y con Drew, otro colega cómico con problemas para llenar la nevera, es la versión impresa de esas disquisiciones. «No puede ser. Contamos con la mejor comida, la mejor música, las mujeres más bonitas y el mejor clima de este país y, aun así, tenemos que lidiar con la fama, en buena parte merecida, de paletos borrachos, intolerantes y de gatillo fácil». La misión, furiosa y desternillante, es acabar con eso de una vez por todas, sentar a todos los rednecks que habitan al sur de la línea Mason-Dixon en las mecedoras del porche del abuelo, abrir unas cervezas, pinchar «The Southern Thing» de los Drive By Truckers e inspirarles para que se subleven y reclamen la dignidad y la belleza de su tierra y su cultura. Aquí te dejamos la introducción a este libro salvaje y combativo, dos cosas que no deberíamos dejar de ser nunca, aunque a veces se nos olvide.

 

Hace poco un fan nos dijo que este libro es como «una asamblea del ayuntamiento, pero para el alma». Nos estuvimos descojonando un buen rato, porque las asambleas del ayuntamiento siempre nos han parecido el típico evento en el que la gente vota para expulsarnos del pueblo por bailar o algo por el estilo, pero de todas formas nos lo tomamos como un cumplido.

La edición en tapa dura de este libro salió en octubre de 2016, un mes antes de que el señor color mango de manos carnosas se alzase con la victoria en unas elecciones que la mayoría de los analistas y las encuestas aseguraban que no tenía la menor posibilidad de ganar. En esa época andábamos recorriéndonos las carreteras del país haciendo comedia. Actuábamos para salas abarrotadas de gente decidida a derrotar a Alguien Se Tapa la Calva Sobre el Nido del Cuco, pero también vimos un montón de carteles de Trump/Pence que nos volaron la cabeza. Por todas partes. En el Sur y en el Medio Oeste, claro, pero también en Pennsylvania, en Nueva York y hasta en California. En serio; estaban por todas partes, como el papel higiénico Walmart de un solo pliegue en los baños públicos y las camareras que responden al nombre de Faye en los diners.

Así que lo de las elecciones no nos pilló del todo por sorpresa. De hecho, el discurso de que «los elitistas engreídos de la costa fueron los que provocaron este resultado» que continúa regurgitándose en los programas nocturnos de gacetilleros parlantes, fue algo que ya predijimos y de lo que nos lamentamos en las páginas de este libro. ¿Qué podemos decir? Somos profetas. Y no es que nos haga felices. Está claro que tener razón se encuentra en nuestro Top 3 de aspiraciones favoritas, pero lo básico ha sido y será siempre no morir bajo una nube en forma de hongo.

Así que lo mismo estás leyendo esto ahora para intentar hacerte una idea de lo sucedido, o para entender un poco mejor esa zona del país a la que siempre has ignorado hasta que, de pronto, ha contribuido a que salga elegido un presidente con piel de patata frita. Esperamos ser de ayuda. O quizá seas un sureño, como nosotros, que siempre se ha preguntado si está solo en el mundo y te emocione descubrir que a nosotros también nos gusta hacer estallar movidas en un descampado, aunque apoyamos la igualdad para todos. (Bienvenidos, hermanos y hermanas). O puede que estés aquí solo porque te acojona lo que está pasando, y el futuro, y hacia dónde nos precipitamos todos. Si es así, bueno, pues vaya chasco, colega, no sabemos qué decirte; no somos más que tres cómicos, profetas ni por el forro. ¡Válgame Dios! ¡Yo que tú me buscaría otros héroes!

Ahora hablando en serio, este libro no te va a salvar. Vale, es bastante tocho; podría mantener a raya la radiación durante una o dos horas. Pero nuestro principal propósito es aportar información sobre un Sur que conocemos muy bien y que amamos hasta la médula, pero que, sin duda, necesita progresar un poquito, y todo esto haciéndote reír. El libro se ofrece además como una muestra de quiénes somos: sureños orgullosos, desafiantes y un pelín avergonzados.

Cualquiera que haya crecido en el Sur en los últimos treinta años padece este conflicto interno. La cuestión «orgullo vs. vergüenza», casi tan ubicua como la problemática «Ford vs. Chevy». Sentir un inmenso orgullo por tu hogar es probablemente un sentimiento universal (a no ser que seas de Connecticut. ¡Qué ordinariez!). A la gente parece gustarle sentirse orgullosa de su lugar de origen. Paradójicamente, la mayoría entiende también lo fácil que es sentir sofoco y responsabilidad ante los defectos del lugar que uno considera su hogar. Concretamente, en el Sur, esos dos sentimientos parecen estar algo más pronunciados.

Para quienes no son del Sur, el lado «vergonzante» de las cosas no es tan difícil de entender. Después de todo, hay mucho de lo que sentirse avergonzado por aquí («Stars and Bars», Jim Crow, Florida Georgia Line, etc…). Y hay muchos sureños nativos que viven casi de manera permanente en el lado vergonzante de la ecuación. Es natural sentirse ligeramente avergonzado del Sur (de nuevo, por aquí vamos sobrados de munición: en sentido literal y figurado), pero huir del pasado en lugar de llegar a un acuerdo con él no sirve de nada.

Aun así, los del extremo vergonzante del espectro resultan mucho más fáciles de entender y de tratar que los que se sitúan del lado del orgullo. Y por aquí abajo, en el Sur, estos últimos son legión. Cuando los de fuera del Sur piensan en «rednecks», «hillbillies», «hicks» o «bautistas sureños», se imaginan a la gente que enarbola la bandera de la Confederación bien a la vista en la parte trasera de sus camionetas tuneadas, con el asta custodiada por un par de pegatinas en las que se pueden leer lindezas tipo: «Beber birras y matar ciervos» o «Pítame si te estoy pagando la asistencia sanitaria» (porque todos sabemos que las industrias que sostienen los programas de prestaciones públicas son las que se cargan los bosques y bombean combustible en los embarcaderos). Simplemente están… simplemente están la hostia de orgullosos. ¿Y de qué exactamente, si se puede saber? ¿De la nota media de 2,2 que mantienen año tras año en un estado que ocupa el puesto 49 en el ranking de educación pública? ¿De su habilidad para pimplarse catorce cervezas durante un partido y aun así ponerse luego al volante para volver a casa? ¿De los tres mocosos que ya han tenido con apenas veintitrés años y a los que crían para que algún día lleguen a ser tan temerosos y obstinadamente ignorantes como ellos mismos? ¿Acaso se dan cuenta? ¿Acaso importa?

Aunque tampoco es que estén del todo equivocados en lo del orgullo. Y esa es la parte que a los forasteros les cuesta tanto entender. Enseguida identifican la vergüenza, pero el orgullo los deja perplejos. Todo el mundo desea sentirse orgulloso de su procedencia y, lo creáis o no, hay mucho de lo que sentirse orgulloso si eres del Sur. El sureste de Estados Unidos es la cuna de buena parte de la mejor comida, la mejor música, los mejores atletas, los mejores soldados, el mejor whisky, las mejores mujeres y el mejor clima que puede ofrecer este país. El hogar de Mark Twain y de Andre 3000 merece ser redimido. Y ahí es donde entra en juego nuestro libro. En sus páginas examinamos todo lo que la gente se piensa que sabe sobre el Sur; lo bueno y lo malo, lo glorioso y lo bochornoso, las cosas que deberían cambiar y las cosas ante las que vosotros, chavalines de la costa, deberíais dejar de mostrar esa actitud tan engreída.

Ha llegado el momento de hablar de todo este desastre. Ha llegado el momento de hablar de nuestros problemas. Ha llegado el momento de hablar de nuestro futuro. Ha llegado el momento de hablar de la tolerancia y la decencia con todos los gilipollas intolerantes de derechas y los progres santurrones y prejuiciosos que pueblan nuestra nación; has oído bien, Tristán de Portland, no te ahogues con tu zumo detoxificante, porque tú también tienes que enterarte de unas cuantas cosillas. Por mucho que patalee y grite, vamos a arrastrar de los pelos a nuestro terruño hasta situarlo en el presente, tanto si les gusta como si no a los bocazas altaneros y a los forasteros detractores.

Así que, bienvenidos a la asamblea del ayuntamiento. Hay café y whisky al fondo. Luego haremos pollo frito. Tomad asiento. Vamos al lío.

Trae, Corey y Drew
Octubre 2017

Enlace a la preventa del libro en la web de la editorial con suculentos extras que no encontrarás en las librerías. 

 

Trae Crowder creció en Celina, Tennessee, un pueblucho dejado de la mano de Dios con más licorerías que semáforos (2-0 en el último recuento). Fue uno de los niños más pobres de la zona, pero también uno de los más listos (algo que él mismo se encarga de señalar que no es que fuese una gran hazaña). Por eso acabó coloreando moléculas en «educación especial». En su pequeño colegio para pobres diablos rústicos no había presupuesto para «superdotados». Decidió dedicarse a la comedia a los doce años, después de ver a Chris Rock en HBO. Ya ni sabe la de veces que ha tenido que ir a ver a su madre, yonqui y traficante, a prisión. Sus vídeos protagonizados por el «redneck de izquierdas», virales de la noche a la mañana, le hicieron captar la atención nacional. Lleva cerca de una década girando por el país con sus compañeros de escritura y parranda, los también cómicos sureños Corey y Drew.

Corey Ryan Forrester, de Chickamauga, Georgia, empezó a escribir monólogos a los dieciséis, alternando actuaciones en bares sórdidos y clubes nocturnos con los más diversos trabajos: pintor de brocha gorda, minorista, vendedor de motos, recolector de muestras de orina, repartidor de flores a domicilio, empleado de hotel y revendedor de libros de texto. En los últimos tiempos se dedicaba a pintar con espray figuritas del Yeti en Ooltewah y a ayudar a su madre y a su hermana en la panadería familiar. Gracias a la popularidad del «redneck de izquierdas» y a la publicación de este libro ha podido comprarse un televisor y retener a su novia que, por lo visto, le quiere. Él cree que no se la merece.

Más que un «redneck», Drew Morgan se considera un «hillbilly»; procede de los Apalaches, de un lugar muy minúsculo en mitad de ninguna parte, la clase de sitio sobre el que los ingleses ruedan documentales. Madre bibliotecaria y padre motero, ferroviario, sindicalista y predicador en una iglesia baptista de Tennessee, con tendencia a abusar de la botella y a votar a los demócratas («¡ateo, pagano, desalmado!). Así les salió la criatura. Su humor ha sido descrito como «un Mark Twain puesto de ácido». Vive en permanente crisis existencial y, si le pones la música que le gusta, baila que da gusto verlo.

Enlace a la preventa del libro en la web de la editorial con suculentos extras que no encontrarás en las librerías.