Usando como excusa la exposición Pessoa. Todo arte es una forma de literatura, comisariada por João Fernandes y que se inaugura el 7 de febrero en el Museo Reina Sofía de Madrid, compartimos aquí dos cartas de Álvaro de Campos a dos editores de publicaciones periódicas que están incluidas en el catálogo de la exposición. La traducción es de Antonio Jiménez Morato.

 

Lisboa, 4 de junio de 1915

Excelentísimo Señor director del Diario de Noticias,

Regresé ayer a Lisboa, sólo entonces tuve ocasión de leer una crítica, publicada hace pocos días en el periódico que su excelentísimo dirige idóneamente, al extraordinario libro del señor Mário de Sá-Carneiro, mi ilustre camarada de Orpheu.

No es a la crítica que quiero referirme, porque nadie puede esperar ser comprendido antes que los otros aprendan la lengua que habla. Volver con eso sería, además de absurdo, indicio de un grave desconocimiento de la historia literaria, donde los genios innovadores fueran siempre, cuando no tratados como locos (caso de Verlaine y Mallarmé), lo son como necios (Wordsworth, Keats y Rossetti) o como, además de necios, enemigos de la patria, de la religión y de la moralidad, como le sucedió a Antero de Quental, sobre todo en los significativos panfletos de José Feliciano de Castilho, que por lo demás no era ningún idiota.

No es a esto a lo que me quiero referir. Lo que quiero acentuar, acentuar bien, acentuar muy bien, es que es preciso que cese el embrollo, que la ignorancia de nuestros críticos está provocando, con la palabra futurismo. Hablar de futurismo, ya sea a propósito del primer número de Orpheu o con motivo del libro del señor Sá-Carneiro, es la cosa más disparatada que se pueda imaginar. Ningún futurista soportaría la revista Orpheu. Para un futurista Orpheu sería una lamentable demostración de espíritu oscurantista y reaccionario.

La actitud principal del futurismo es la Objetividad Absoluta, la eliminación, en el arte, de todo cuanto es alma, cuanto es sentimiento, emoción, lirismo, subjetividad, en suma. El futurismo es dinámico y analítico por excelencia. Ahora si hay algo que [sea] típico del Interseccionismo (tal es el nombre del movimiento portugués) es la subjetividad excesiva, la síntesis elevada al máximo, la exageración de la actitud estática. «Drama estático», de hecho, se titula una pieza, inserta en el primer número de Orpheu, del señor Fernando Pessoa. Y el tedio, el sueño, la abstracción son las actitudes usuales de los poetas y colegas míos en aquella brillante revista.

Al César lo que es del César. A los Interseccionistas, llámeselos interseccionistas. O llámeselos paúlicos, si se quiere. Ese término, al menos, los caracteriza, distinguiéndolos de cualquier otra escuela. Englobar a los colaboradores de Orpheu en el futurismo es ni siquiera saber decir disparates, lo que es lamentabilísimo.

En el segundo número de Orpheu habrá una colaboración realmente futurista, es cierto. Entonces se podrá ver la diferencia, si bien que sea no literaria sino pictórica esa colaboración. Son cuatro cuadros que emanan de la alta sensibilidad moderna de mi amigo Santa Rita Pintor.

Hasta aquí he hablado en general, más por mis colegas que por mí. Mi caso es diferente. Permítame vuestra excelencia que me refiera a él.

Mi Oda Triunfal, en el primer número de Orpheu, es la única cosa que se aproxima al futurismo. Pero se aproxima por el asunto que me inspiró, no por la realización: y en arte es la forma de realizar lo que caracteriza y distingue a las corrientes y a las escuelas.

Yo, por lo demás, ni soy interseccionista (o paúlico) ni futurista. Soy yo, apenas yo, preocupado sólo conmigo y con mis sensaciones.

Espero de la lealtad periodística de vuestra excelencia la inserción de esta carta en un lugar donde por lo menos los periodistas la lean. En la imposibilidad de hacer a nuestros críticos comprender, intentemos al menos llevarlos a fingir que comprenden.

De vuestra excelencia
Cdo. Venr. e Obgdo.

***

Mi querido José Pacheco:

Vengo a escribirle para felicitarlo por su Contemporánea, para decirle que no tengo escrito nada, y para poner algunos reparos al artículo de Fernando Pessoa.

Quería remitirle también alguna colaboración. Pero, como le dije, no escribo. Fui en tiempos poeta decadente; hoy creo que estoy decadente, y ya no soy.

Esto sale de mí, que es quien más cerca está de mí, a pesar de todo. De si y de su revista, añoro nuestro Orpheu. Usted continúa subrepticiamente, y todavía bien. Estamos, finalmente, todos en el mismo lugar. Parece que variamos sólo con la oscilación de quien se equilibra. Le repito que lo felicito. Juzgaba difícil hacer tanto bien a los ojos en Portugal con una cosa impresa. Juzgo bueno que juzgase mal. Auguro a Contemporánea el futuro que le deseo.

Ahora el artículo de Fernando. Con el intervalo entre la primera palabra de esta carta y la primera palabra de este párrafo, ya casi no me acuerdo de lo que le quería decir del artículo. Tal vez pensase en decir exactamente lo que voy a escribir a continuación. En fin, prometí, y ahora digo lo que siento, y según los nervios de este momento.

Continúa Fernando Pessoa con aquella manía, que tantas veces le censuré, de juzgar que las cosas se prueban. Nada se prueba salvo para tener la hipocresía de no afirmar. Razonar es una timidez –dos timideces tal vez, siendo la segunda la de tener vergüenza de estar callado.

¡Ideal estético, mi querido José Pacheco, ideal estético! ¿Dónde fue esa frase a buscar sentido? ¿Y lo que encontró allí cuando lo descubrió? No hay ideales ni estéticas salvo en las ilusiones que nos hacemos de estas. El ideal es un mito de acción, un estimulante como el opio o la cocaína: sirve para convertirnos en otros, pero se paga caro –como lo que ni seremos ni podríamos haber sido.

¿Estética, José Pacheco? No hay belleza, como no hay moral, como no hay fórmulas salvo para definir compuestos. En la tragedia físico-química a la que se llama Vida, esas cosas son como las llamas: simples señales de combustión.

La belleza comenzó por ser una explicación que la sexualidad dio a sí misma de preferencias probablemente de origen magnética. Todo es un juego de fuerzas, y en la obra de arte no tenemos que buscar «belleza» o cosa que pueda andar en el gozo de ese nombre. En toda obra humana, o no humana, buscamos sólo dos cosas, fuerza y equilibrio de fuerzas –energía y armonía, si usted quiere.

Ante cualquier obra de cualquier arte –desde el de vigilar puercos al de componer sinfonías– pregunto sólo: ¿cuánta fuerza? ¿cuánto exceso de fuerza? ¿cuánta violencia de tendencia? ¿cuánta violencia refleja de tendencia, violencia de tendencia sobre sí misma, fuerza de fuerza en no desviarse de su dirección, que es un elemento de su fuerza?

El resto es el mito de las Danaides, u otro cualquier mito –porque todo el mito es el de las Danaides, y todo el pensamiento (dígaselo a Fernando) llena eternamente un tonel eternamente vacío.

Leí el libro de Botto y me gusta. Me gusta porque el arte de Botto es opuesto al mío. Si me gustase sólo mi arte ni mi arte me gustaría, porque varío.

Y, aparte del hecho de gustar, ¿por qué me gusta lo que me gusta? Es siempre malo preguntar, porque puede haber respuesta. Pero pregunto: ¿por qué me gusta? ¿Hay fuerza, hay equilibro de fuerzas, en las Canciones?

Alabo en las Canciones la fuerza que les encuentro. Esa fuerza no veo que tenga que ver con ideales ni con estéticas. Tiene que ver con la inmoralidad. Es la inmoralidad absoluta, despojada de dudas. Así hay dirección absoluta: fuerza en consecuencia; y hay armonía en no admitir condiciones a esa inmoralidad. Botto tiende con una energía tenaz hacia todo lo inmoral; y tiene la armonía de no tender para nada más. Creo inútil meter a los griegos en el asunto; griego se vería Fernando con ellos si estos se le apareciesen a pedirle cuentas del embrollo de estéticas en que los metió. ¡Los griegos eran estetas! Los griegos existieron.

El arte de Botto es integralmente amoral. No hay célula en él que sea decente. Y eso es una fuerza porque es una negación de la hipocresía, una no-complicación. Wilde tergiversaba constantemente. Baudelaire formuló una tesis moral de la inmoralidad; dijo que lo malo era bueno por ser malo, y así le llamó bueno. Botto es más fuerte: da a su inmoralidad razones puramente inmorales, porque no le da ninguna.

Botto tiene esto de fuerte y firme: no da disculpas. Y yo creo, y deberé acaso siempre creer, que no dar disculpas es mejor que tener razón.

No le digo más. Si continuase, iría a contradecirme. Sería abominable, porque tal vez fuese una manera (la inversa) de ser lógico. ¿Quién sabe?

Recuerdo con nostalgia –desde este improductivo Norte– nuestros tiempos de Orpheu, la antigua camaradería, todo lo que me gustaba en Lisboa, y todo lo que no me gustaba de allí: todo con la misma nostalgia.

Lo saludo desde la Distancia Estrellada. Esta carta le transmite mi afecto por su revista; no transporta mi amistad en sí porque usted hace ya mucho tiempo que allí la tiene.

Dígale a Fernando Pessoa que no tenga razón.

Un abrazo del
camarada amigo
Álvaro de Campos
Newcastle-on-Tyne, 17 de octubre de 1922

 

 

En palabras de Pessoa en carta a Casais Monteiro: «Álvaro de Campos nació en Tavira, el día 15 de Octubre de 1890 (a las 1,30 de la tarde, me dice Ferreira Gomes; y es verdad, pues, hecho el horóscopo para esa hora, está bien). Éste, como sabe, es ingeniero naval (por Glasgow), pero ahora está aquí en Lisboa, inactivo. Es alto 1,75 m de altura, 2 cm. más que yo), magro y un poco tendiente a encorvarse. Cara afeitada, entre blanco y moreno, tipo vagamente de judío portugués, cabello, sin embargo, liso y normalmente con raya al costado, monóculo.Tuvo una educación común de liceo; después fue enviado a Escocia estudiar ingeniería, primero mecánica y después naval. En unas vacaciones, hizo el viaje al Oriente de donde resultó Opiario. Le enseñó latín un tío de Beira que era sacerdote.» Es autor de algunos de los poemas más inolvidables de la poesía portuguesa: Tabacaria, Ode Marítima, Ode Triunfal y Lisbon Revisited.

Preliminares es la sección donde anticipamos libros que se publicarán en breve, Adelantos que sirven como Preliminares del gozoso acto de encuentro con los lectores en forma de libro, donde la experiencia de lectura se torna verdaderamente material.