No es nuevo para ningún seguidor de la literatura argentina que Esteban Castromán es, además de un agitador cultural dentro del colectivo Clase Turista (que edita libros o realiza eventos culturales), uno de los narradores más imaginativos y sorprendentes de la actualidad. Este texto, que forma parte de una novela inédita, Casatanque, es una buena muestra de ello.

 

Noche.

Tal cual estaba previsto, llueve

Afuera: tras una cortina de agua sobre fondo negro la casa de enfrente permanece donde debería estar. Aunque su aspecto es difuso, como una versión de sí misma desordenada, fragmentaria y oscilante, con cierto tipo de sustancia visual que tiende al error.

Adentro: en mi mesa del living se despliegan todas las cartas que salvé del temporal, acomodadas según materiales: una pila con sobres de cartón, una pila con sobres de papel impreso, otra pila con sobres de nylon.

***

Día.

De la pila de sobres de papel impreso elijo uno, lo abro; contiene una carta, la leo:

Queridos amigos, mi nombre es Natsuki, en su idioma significa luna de verano. Tengo 16 años y vivo en Nara, una ciudad ubicada al sur de Honshu, la isla principal de mi país.

Les escribo porque hace un tiempo me topé con su disco, “Ruidismo lírico”, de un modo bastante extraño y desde aquel día no dejo de pensar en lo ocurrido.

Supongo que la música no es sino la relación emocional que uno tiene con ella, ¿verdad?

Espero no les moleste recibir esta carta, elaborada con admiración y afecto, a pesar de todo lo que media entre nosotros: millones de litros de agua salada, miles de especies pertenecientes a la fauna marina, grandes extensiones de llanura, cientos de montañas, toneladas de nieve, incalculables asentamientos tecnocráticos denominados ciudades, y tiempo, mucho tiempo, entre tantas otras cosas infinitas.

Curso el último año en la escuela de nivel intermedio Tenkawa y debo agredecer a Jinn, mi profesor de español, que me ayudó a traducir el texto original a su idioma.

Entonces, admirados amigos (¿no les molesta que los trate como amigos, verdad?), les cuento cómo fue que me topé con su obra.

Varias semanas atrás, un viernes primaveral, con Aoi, mi amiga del alma, decidimos no entrar a la escuela e ir de picnic al parque de Nara: un bosque algo surrealista lleno de árboles muy altos y delgados, ciervos sika y antiguos templos abandonados.

Fuimos con Kenta, el novio de Aoi, y Rinntarou, su mejor amigo.

Ellos son más grandes que nosotras: tienen 21 y 22, y en la universidad estudian la misma carrera; a veces parecen siameses desenchufados o dos lados de un mismo vinilo que se fracturó transversal de manera inexplicable.

Kenta estacionó su coche al costado de la ruta, muy cerca de la entrada; cargamos canastas con provisiones y mochilas; entramos.

Acampamos en un claro que a esa hora de la mañana tenía algo de sol y algo de sombra; un equilibrio necesario, todos pensamos, pero no lo hablamos, como si nos hubiésemos puesto de acuerdo por telepatía.

Conversamos, fumamos tabaco, tomamos cerveza y vodka escandinavo, escuchando la sucesión de canciones que sonaban en el reproductor de Kenta.

Era un artefacto de plástico negro con forma extravagante y algo graciosa, pequeño pero potente, parecía estar formado por módulos o bloques encastrados entre sí.

Un rato más tarde, la sombra había casi desaparecido de nuestra porción de parque, y bajo el sol tibio de mediodía comimos sandwiches con queso, pescado, lechuga, aderezos.

Domesticados por la percepción de saciedad, nos acostamos boca arriba y liberamos nuestros cuerpos a una deriva de brisa, música y dulce aturdimiento leve producido por el alcohol.

Lo que empezaba a transformarse en una siesta colectiva fue interrumpido por el grito de Kenta; pidió que nos incorporásemos porque quería proponernos jugar a un juego.

Le hicimos caso.

Primero insertó un disco en el módulo principal del reproductor.

Mientras comenzaban a sonar unos acordes de piano nos presentó la portada del disco, haciéndola girar en la ronda.

Tapa negra, tipografía occidental mayúscula con remate color blanca, dos líneas de texto.

Kenta nos dijo que se lo había recomendado el dueño de Müzik, una disquería especializada del centro de Nara que miles de excéntricos frecuentan para calmar su sed melómana.

Se lo recomendó por “la belleza de cada acorde y porque es un genuino experimento de improvisación ejecutado por 27 artistas del sonido que se entregan al fluir que proyectan sus intuiciones individuales; incertidumbre que deviene en paseos situacionistas, homenaje a lo efímero de todo, un resultado global que amplifica la percepción del puro presente”, así dijo Kenta que dijo el dueño de Müzik.

Suena lindo, opinó Rinntarou para quebrar la tensión que el silencio había instalado en el parque, luego de las palabras de Kenta.

¿Nombre del disco?, preguntó Aoi.

“Ruidismo lírico”, respondí leyendo su portada, que tenía entre mis manos.

Título inquietante, ¿verdad?, desafió Kenta antes de insistir: como les decía antes, les propongo un juego…

Entonces Kenta hizo silencio y desencastró de los laterales del reproductor cuatro módulos cúbicos que parecían clones a escala del artefacto nodriza.

Pude distinguir las siluetas incrustadas de auriculares inalámbricos mientras los iba acomodando sobre la manta que habíamos desplegado en el pasto para el picnic: una membrana textil mediaba entre el reino vegetal y la nueva especie de microprocesadores.

Comenzó a explicar las instrucciones de su juego: cada uno de nosotros tiene que caminar en línea recta hacia un punto cardinal distinto sin desviarse ni abandonar el parque ni quitarse los auriculares; estas pequeñas estaciones de audio reproducen la música que emite el equipo principal; por lo tanto, los cuatro iremos escuchando el mismo disco al mismo tiempo; dentro de tales reglas, libertad total; cada uno de nosotros recorrerá caminos singulares, se topará con sus propias escenografías, padecerá situaciones intransferibles, mientras una vibración sonora idéntica se encargará de atravesarnos en tiempo real; pero cada uno de nosotros tendrá una historia distinta que contar a los demás; una vez que el disco termine, nos volvemos a reunir acá mismo, en este punto de encuentro, para compartir nuestras experiencias.

Si bien Kenta no formuló una pregunta explícita, el resto de nosotros dimos una respuesta afirmativa, aun sin haberlo conversado, como si nos hubiésemos puesto de acuerdo, una vez más, por telepatía.

En el sorteo me tocó el oeste y a los pocos minutos ya estaba caminando por el parque de Nara hacia aquella dirección, embutida en una atmósfera sonora.

Con algo de sorpresa por la propuesta, con algo de culpa por haber faltado al colegio, con algo de temor por lo inesperado.

Cada uno de los impulsos aleatorios y las mutaciones a lo largo de su disco, queridos amigos, parecían formar una coraza a mi alrededor.

Gracias a sus canciones pude acumular valor, espantar a los fantasmas de siempre y permanecer en el juego hasta el final.

Siempre estaré agradecida con ustedes por su osadía para mirar de frente a la incertidumbre y recordarme que lo espontáneo es el programa más poderoso de todos.

Saludos desde el otro lado del océano,

Natsuki

***

Noche.

Hace algunas horas dejó de llover, el cielo está despejado y ahora puedo ver la casa de enfrente con bastante claridad, iluminada por la luna llena.

En una de sus ventanas laterales distingo una anomalía que me llama la atención.

Agudizo la precisión de mi plano: cortina naranja desplazada, alguien se asoma, parece un nene, un nene rubio con camisa.

Sí, es un nene rubio que viste una camisa abotonada hasta arriba.

Desvío la mirada para examinar el resto de la casa y percibo un desfasaje entre lo que observo y mi memoria: una disparidad sutil, pero que no logro reconocer.

Pocos segundos después vuelvo a enfocar la ventana y el nene ya no está.

La cortina naranja recupera su posición rígida habitual.

 

Esteban Castromán

Esteban Castromán (Buenos Aires, 1975) ha publicado El Tucumanazo, Pulsión, 380 voltios, Fin, El alud y La cuarta dimensión del signo, entre otros. Es, además, uno de los responsables del colectivo Clase Turista.

Poe y compañía es la sección dedicada a la ficción  en penúltiMa. Por necesidad un relato colgado en la web no debe ser muy largo, y eso nos recuerda a la unidad de impresión de la que habló el iniciador del cuento literario moderno. No nos parece mala cofradía para unirse a ella.

La fotografía que acompaña al texto es del malogrado fotógrafo francés Cristophe Agou, su obra puede apreciarse en su página web christopheagou.com