Libro de culto, Bluets es un texto heterodoxo de la poeta Maggie Nelson donde yuxtapone 240 textos que son presentados bien como poemas en prosa o bien como iluminaciones, que su autora decidió bautizar como «proposiciones». Ninguno excede las doscientas palabras, lo que lo convierte en un libro corto y tensado por un meticuloso cuidado estético. Como su nombre indica, gira en torno al color azul y sus asociaciones, y escoge su título de una serie de trabajos de la artista Joan Mitchell. Por cortesía de su editorial Tres Puntos, ofrecemos aquí el inicio del libro, traducido por Lawrence Schimel.

 

  1. Supongamos que comenzara diciendo que me he enamorado de un color. Supongamos que fuera a hablar de esto como si fuese una confesión; supongamos que hago añicos mi servilleta mientras hablamos. Empezó paulatinamente. Una apreciación, una afinidad. Y, un día, se tornó más serio. Entonces (mirando una tacita vacía, su fondo manchado con un delgado residuo marrón enroscado en forma de caballito de mar) se volvió de algún modo personal.
  2. Así que me enamoré de un color —en este caso, el color azul— como si cayera bajo un hechizo, un hechizo por el que luché, alternativamente, para permanecer dentro y salir de él.
  3. Bueno, ¿y qué? Es un engaño voluntario, podrías decir. Cada objeto azul podría ser un tipo de zarza ardiente, un código secreto hecho para un único agente, una X en un mapa demasiado difuso para ser desdoblado por completo, pero que contiene todo el universo conocible. ¿Cómo podrían todos los jirones de bolsas de basura azules enganchados en las zarzas, o los toldos de azul vibrante que aletean encima de cada choza y chiringuito de pescado en el mundo, ser, en esencia, las huellas de Dios? Intentaré explicarlo.
  4. Admito que podría sentirme sola. Sé que la soledad puede producir ramalazos de dolor candente, un dolor que, si sigue ardiendo durante suficiente tiempo, puede empezar a parecerse o a provocar —tú eliges— una aprehensión de lo divino. (Esto debería despertar nuestras sospechas).
  5. Pero, primero, consideremos un caso contrario. En 1867, después de un largo periodo de soledad, el poeta francés Stéphane Mallarmé escribió a su amigo Henri Cazalis: «Estos últimos meses han sido terribles. Mi Pensamiento se ha pensado y ha llegado a una Idea Pura. Todo lo que el resto de mi ser ha sufrido durante esta larga agonía es indescriptible». Mallarmé describió esta agonía como una batalla que tuvo lugar en el «ala huesuda» de Dios. «Luché con ese ente de plumaje antiguo y malvado —Dios—, a quien por fortuna vencí y arrojé a la tierra», dijo a Cazalis con una satisfacción agotada. Al final Mallarmé comenzó a sustituir «le ciel» con «l’Azur» en sus poemas, en un intento de lavar sus referencias a la bóveda celestial de connotaciones religiosas. «Afortunadamente», escribió a Cazalis, «ya estoy bien muerto».
  6. El semicírculo de océano de un turquesa cegador es la escena primaria de este amor y que exista este azul hace que mi vida sea excepcional, solo por haberlo visto. Haber visto tales bellezas, encontrarme entre ellas, sin elección. Volví allí ayer y permanecí de nuevo en la montaña.
  7. Pero ¿qué tipo de amor es, realmente? No te engañes y lo llames sublime. Reconoce que viste un pequeño montoncito de pigmento ultramarino en polvo dentro de un vaso de cristal en un museo y sentiste un deseo punzante. ¿De hacer qué? ¿Liberarlo? ¿Comprarlo? ¿Ingerirlo? Hay tan poca comida azul —de hecho, el color azul en la naturaleza tiende a señalar comidas que hay que evitar (moho, bayas venenosas)— que los expertos en cocina, en general, recomiendan evitar la luz y la pintura azul o los platos azules cuando se sirve la comida. Pero, aunque puede que el color disminuya el apetito en el sentido más literal, lo alimenta en otros. Puede que desees extender la mano y agitar el pigmento, por ejemplo, manchando primero tus dedos y luego el mundo. Puede que desees diluirlo y nadar en él, puede que desees untar tus pezones con él, que desees pintar el manto de una virgen con él. Pero aún no estarías llegando a acceder al azul. No exactamente.
  8. Sin embargo, no cometas el error de pensar que todo deseo es anhelo. «Nos encanta contemplar el azul, no porque avanza hacia nosotros, sino porque nos lleva detrás de él», escribió Goethe, y quizás tenga razón. Pero no pretendo desear vivir en un mundo en el que ya vivo, no quiero anhelar cosas azules y Dios me protege de cualquier azulidad. Más que nada, quiero dejar de echarte de menos.
  9. Así que, por favor, deja de escribirme para hablarme de hermosas cosas azules. Siendo justos, este libro tampoco te hablará de ellas. No dirá ¿No es bello X? Tales exigencias son mortales para la belleza.
  10. Lo que más quiero hacer es mostrarte el final de mi dedo índice. Su mudez.
  11. Es decir: no me importa si no tiene color.
  12. Y, por favor, no me hables de las «cosas como son» siendo cambiadas por cualquier «guitarra azul». No interesa aquí lo que puede cambiarse al ser tocado en una guitarra azul.
  13. Una entrevista de trabajo en una universidad, con tres hombres sentados delante de mí, al otro lado de la mesa. En mi currículum dice que estoy trabajando actualmente en un libro sobre el color azul. Llevo años diciéndolo sin escribir ni una palabra. Es, quizás, mi manera de sentir que mi vida está «en progreso» en lugar de sentirme como esa porción de ceniza que cae del extremo de un cigarrillo encendido. Uno de los hombres pregunta: «¿Por qué azul?». La gente me pregunta esto a menudo. Nunca sé cómo responder. No podemos elegir qué o a quién amamos, quiero decir. Simplemente no tenemos elección.
  14. He disfrutado contándole a la gente que estoy escribiendo un libro sobre el azul sin, de hecho, hacerlo. En general, lo que ocurre en esos casos es que la gente te cuenta historias o te da pistas o te hace regalos y, entonces, puedes jugar con esas cosas en lugar de con las palabras. Durante la última década me han traído tintas, pinturas, postales, tintes, brazaletes, rocas, piedras preciosas, acuarelas, pigmentos, pisapapeles, cálices y caramelos. Me han presentado a un hombre que había sustituido uno de sus dientes delanteros por lapislázuli, solo porque le encantaba la piedra, y a otro que venera tanto el azul que se niega a comer comida azul y cultiva solo flores azules y blancas en su jardín, que rodea la antigua catedral azul en la que vive. He conocido a un hombre que es el principal productor de índigo orgánico del mundo, a otro que canta Blue de Joni Mitchell en una performance drag desgarradora y a otro con cara de vagabundo cuyos ojos, literalmente, derraman azul (a este le bauticé «el príncipe de azul», que era, de hecho, su nombre).
  15. Pienso en estas personas como mis corresponsales azules, cuya misión es mandarme informes de campo azules.
  16. Pero hablas de todo esto airosamente, cuando de verdad es más como si estuvieras mortalmente enfermo y esos corresponsales mandaran trozos de noticias azules como si fueran la esperanza desesperada de una cura.
  17. Pero qué ocurre dentro de ti cuando hablas de un color como si fuese la cura, si aún no has anunciado tu enfermedad.
  18. Una cálida tarde de principios de primavera, Nueva York. Fuimos al Hotel Chelsea para follar. Después, desde la ventana de nuestra habitación, observé un toldo azul al otro lado de la calle ondularse al viento. Estabas dormido, así que fue mi secreto. Era una mancha de lo cotidiano, una escama de azul brillante entre toda la providencia fría y húmeda. Fue la única vez que me corrí. Representaba, en esencia, nuestras vidas. Era estremecedor.
  19. Meses antes de esa tarde tuve un sueño y, en este sueño, apareció un ángel y dijo: «Debes pasar más tiempo pensando en lo divino y menos tiempo pensando en desabrochar los pantalones del príncipe de azul en el Hotel Chelsea». «Pero ¿y si los pantalones desabrochados del príncipe de azul son lo divino?», supliqué. «Así sea», contestó, y me abandonó en mi llanto, con mi rostro apoyado contra el suelo de pizarra azul.

 

Maggie Nelson es la autora de varios libros de poesía, autobiografía y crítica. Da clases en CalArts y vive en Los Ángeles.  Tres Puntos editó el año pasado su libro El arte de la crueldad. (Fotograía de Tom Atwood)