Lúdico, iconoclasta, divertido, inesperado, arrebatador, inolvidable. Son todos adjetivos que servirían para hablar de Paulo Leminski, y son todos adjetivos que sirven, también, para hablar de Ahora es que son ellas, la segunda y últimas las novelas que nos dejó, diálogo con Propp y la idea de la narración, novela refinadísima llena de referencias a la alta cultura pero construida con los mimbres de las narraciones populares, que nos llega en una versión de Reynaldo Jiménez, que ya se atrevió con el delirio de Catatau, que también tuvo el tino, y la arriesgada decisión, de editar Libros de la resistencia, una de esas editoriales que, poco a poco, va consolidándose como uno de los escasos catálogos en los que se puede confiar casi ciegamente. Aquí les dejamos un adelanto de este libro gozoso e inagotable, que pueden encontrar ya en sus librerías de confianza.

 

CAPÍTULO 3

1

Aquí, todavía se puede ver el cigarrillo sin encender en mi mano izquierda. Soy aquel más flaquito ahí al fondo de la poltrona verde-musgo, con cara de hipopótamo abatido. A mi lado, el teléfono en las manos del mayordomo (en aquel tiempo, se les decía garçons a los mayordomos: vivían en la casa, nunca ponían mala cara y siempre descendían de una tradicional familia de mayordomos).

De izquierda a derecha, innumerables nombres ilustres.

Sentado en el medio, el fotógrafo dirige la escena, sin percatarse de que la máquina estaba fotografiando sola.

Atrás, en la pared, el reloj marca medianoche y quince.

En la foto, no salieron: el notable clítoris de la Condesa Vronsky, las marcas de viruela del Coronel Hermogénes, buena parte de las tierras del Conglomerado Unión, representado en el evento por su vicepresidente, y la sonrisa de la cabeza de jabalí sobre la chimenea está un poco forzada, sin que pase, según se percibe, de una vulgar falsificación de la sonrisa usada por Gary Cooper en aquel film de Howard Hawks, ¿cómo era el título?, mi Dios, ¡qué soluble es la memoria en alcohol!

¿Y Norma? ¿Dónde está Norma? Su ausencia grita en esta foto como el más agudo ahhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhh que ojos humanos hayan oído.

La foto tampoco registra el olor a quemado que sentí, desde un comienzo, pero, bueno… Hay una cosa sobre la que no quiero hablar.

2

TODO HABÍA CAMBIADO. Y una angustia de este tamaño empezó a tomar las riendas.

Un desasosiego, que depositó en el suelo, frente a mí, el huevo de una pregunta: ¿qué se está celebrando en esta fiesta?

Cuando me dijeron que viniera, sólo dijeron, una fiesta. Y vine sin saber qué se celebra.

La idea de una fiesta sin objeto, una fiesta que no celebra nada, me pareció tan absurda como, no sé, como la súbita visión de una cosa en sí. Ahora, según el profesor Propp, mi analista, las cosas en sí nomás existen en la imaginación. Ahora, ahora, esta fiesta no era el caso, cosa que todo el mundo podrá comprobar en seguida.

Casamiento, no era. Faltaba en el aire aquel clima venéreo, venusiano, de los casamientos, donde todo el mundo se queda mirando a los novios, fantaseando con los cachondeos que van a poner en práctica más tarde, todo el mundo viendo, en los cachetes colorados de la novia, el fuego de la expectativa de recibir, dentro de un rato, una apasionada pija en la concha, en el nerviosismo del novio, la clásica pregunta: ¿por qué será que esta manga de pesados no se las toma de una vez por todas y me deja coger tranquilamente con esta mujer? No, no había ese clima. Miré para arriba, y giré la vista. No había cupidos volando alrededor de la mesa.

Busqué otras señales, señales de cualquiera de esos acontecimientos que van desde la vida hasta la muerte, bautizos, bar mitzvah, noviazgos, bodas de plata, graduación, exequias, velorios, vigilias.

Ninguna señal. Consulté el vestido de las mujeres, sus peinados renacentistas, y nada.

No está en mi temperamento el soportar demasiado las cosas que no entiendo. Esos lustres, esos candelabros, toda esa luz no son dignos de mí. Mi integridad exigía una medida enérgica, mi honorabilidad tenía que ser limpiada a distancia.

Me levanté de la poltrona verde-musgo y dorado.

Dejé atrás el cacareo gratuito de las damas presentes, y me encaminé a la puerta.

Salí de la casa, y entré en el viento, caminando hacia el auto.

Tuve que maniobrar bastante para librarme de todas esas máquinas carísimas como sus dueños y dueñas.

Eché un vistazo, no sé si por desprecio o por despecho, hacia aquel enorme caserón iluminado en medio del mato, donde sucedía una fiesta que no me quería.

Llegué a la ruta, y me dirigí a la ciudad.

En cuanto logré estabilizar mis emociones y alcancé aquel estado medio neutro, medio mecánico, que los autos exigen de sus conductores, algo entre el sueño y la extrema vigilia, en ese momento, cayó la tormenta. Y se vino con todo.

Tuve que parar al costado de la ruta, esperando que pasara. Que pase la lluvia. Pasar el tiempo. Pasar de las malditas ganas de volver.

Agarré un cigarrillo. ¿Pero dónde está el encendedor? Estaba seguro de haber dejado acá la cajita de fósforos de aquel hotel.

Nada. No tenía fuego. Y tuve que resignarme.

Fue sobre todo esa falta de fuego lo que me hizo recordar a Norma.

Y recién entonces me di cuenta de que no podía recordar las facciones de su rostro, ni el color de su pelo. Ni podía decir si era joven o madura.

De los otros comensales me acordaba con nitidez, la memoria, decía el profesor Propp, es mi gran virtud, y, por eso, la fuente de todos mis males.

Propp siempre me dice:

—Olvidate, olvidá más. Olvidar hace bien.

Prometo acordarme. Y él dice:

—¿Ves? Ya estás recordando de nuevo.

Contra el bloque nítido de todos esos comensales, de los cuales recordaba cada detalle, la figura de Norma destacaba como una masa de amnesia. Debía estar muy distraído cuando quedé embelesado por ella.

No sabía quién era, mujer de quién, quién se la cogía, quién le pagaba los lujos, a cuáles casas, a cuáles fortunas estaba ligado su destino.

¿Qué es lo que hacía? ¿Ejercía la caridad? ¿Atacaba a los viandantes de noche? ¿Diseñaba modas? ¿Tocaba la 7ª Sonata de Chopin en el piano? ¿Cabalgaba los domingos? ¿Veía películas prohibidas en sesiones privadas? ¿Le pegaba al marido? ¿Azotaba a los criados? ¿Coleccionaba amantes? ¿Frecuentaba iglesias, capillas, terreros?

Todas estas preguntas empalidecían ante una: ¿vuelvo o no vuelvo? Pegué media vuelta, y volví a casa.

3

Faltaba un kilómetro para llegar a casa, cuando sentí un problema en el auto. Paré. Revisé todo, nada. El remezón que había sentido era mi propio corazón latiendo adentro, loco por salir.

Recordé (¡maldita memoria!) que Propp tenía un consejo para las ocasiones en que el héroe se halla en situaciones como esta. Pero no logré recordar el consejo, maldito Propp, el tratamiento estaba comenzando a hacer efecto.

Tragué, devolviendo mi corazón a las profundidades de donde había emergido, que el lugar del corazón es ahí abajo.

Recorrí la curva de entrada al camino que llevaba hasta la puerta del frente de la casa.

Lo que alcancé a ver no me gustó. La casa, totalmente a oscuras. Un pedazo de tiniebla más oscura contra la tiniebla ligeramente más azul, después de uno de los últimos relámpagos de la tormenta que se alejaba.

—La tormenta apagó la luz, pensé.

¿Pero dónde está esa multitud de coches estacionados enfrente?

Se apagó la luz y todo el mundo huyó a su casa, me consolé. Menos mal que el profesor Propp me había avisado, la lógica no es más que un promedio estadístico, una probabilidad: no era probable que yo estuviese en esa fiesta, que pasase cerca de Norma y prácticamente no la viese, que recibiese ese llamado, y saliese, y lloviese, y no tuviese fósforos, y volviese, no era probable que saliese del auto, fuese hasta la puerta y golpease.

Golpeé una vez. Esperé. En la oreja izquierda, nada. En la derecha, nada.

¿Pero será posible que no haya quedado nadie? Alguno debe haber quedado.

Golpeé de nuevo. La lluvia volvió a caer de inmediato, como si quisiera imponerse ante esa casa por nocaut en el segundo round, mi corazón batía, punch, jab, cross, directo.

Golpeé de nuevo. Y de nuevo. Hasta que oí esa maravilla que es la voz de un cerrojo abriéndose en una puerta que uno quiere abrir.

El viejo criado asomó la cabeza por el resquicio de la puerta entreabierta.

—¿Está perdido, caballero?

—¿No se acuerda de mí? Acabo de salir de aquí.

—¿Perdón, señor?

—Acabo de salir de la fiesta. Pero volví.

—¿Qué fiesta?

—La fiesta que había acá cuando salí.

—Pero, señor, la fiesta va a ser mañana a la noche.

En ese momento, un relámpago estalló como un huevo que cae en la heladera. Me quedé ahí, anulado, esperando que llegara el trueno e hiciera un ruido de la puta que lo parió.

El criado me trajo de vuelta a la vida:

—Pero si usted quiere, está lloviendo tanto, las rutas están peligrosas, si usted quiere pasar la noche acá, estoy seguro de que mi patrón tendrá el mayor placer en hospedarlo, ¿señor?

Dije mi nombre y entré, sacándome el abrigo mojado.

La casa estaba completamente a oscuras.

—Déjeme encender alguna luz, el criado oyó mis pensamientos.

Me quedé ahí, en la oscuridad, esa vergüenza de preguntar lo obvio.

Se hizo una luz. Otra. Las velas encendían a las velas. Los candelabros mostraban los dientes por la sala. Nada. Ninguna señal de fiesta, habida o por haber.

Me aseguré.

—¿Mucha gente para la fiesta mañana?, pregunté.

—Ah, señor, eso nadie puede decirlo.

Mientras el criado encendía luces y más luces, di un paseo por la sala. Todo estaba ahí, la poltrona-hipopótamo, la cabeza de jabalí en la pared, la mesa, el piano. Me acerqué. Sobre el piano, fotos de gente cuyas caras no me decían nada.

Y, de repente, ¡AQUELLO!

Pensaba que ya lo había visto todo, pero aquello había sobrepasado los límites.

Era un escándalo, un insulto a la realidad, a la santísima lógica de las cosas, y estallé:

—¿Pero qué es eso?, grité, agarrando la foto con una mano y con la otra el cuello del criado.

—¿Qué cosa?, ¿mi señor?

—Esta foto.

—Nada más que la foto de una fiesta.

—¿Cuándo fue esta fiesta?

—No lo sé, mi señor.

Solté al criado, que se apartó enderezándose el pescuezo.

Miré bien la foto, a la luz de todos los candelabros.

No había la menor duda. Era la foto que había sido tomada en la fiesta, de la cual yo había acabado de salir y, ahora, ya no existía.

—¿Quisiera comer algo antes de subir a sus aposentos, señor?

Ni oí la pregunta. Me quedé ahí, aterrorizado ante la foto.

Sólo que la miré con un poco más de atención. Y la descubrí. A Norma. Norma está en esta foto. Y yo no estoy.

El vértigo me subió por las piernas como un calambre.

Estaba seguro. No podía haber engaño. La verdad me alcanzó en medio de la frente. TODO HABÍA CAMBIADO.

4

¿Cuánto tiempo habré dormido en la cama donde el criado prácticamente me eyectó, después de mi encontronazo con la foto, después de que mi conciencia colisionó con aquella imagen, como choca un avión contra una montaña?

Volví en mí adentro de la noche total. El cuarto, tiniebla pura.

Si me hubiera quedado ciego no sería tiniebla.

Y entonces comencé a oír aquel sonido, una cosa dulce venida de algún lugar y de todas partes al mismo tiempo, una voz, sí, era una voz, una voz de mujer, en algún lugar en el espacio y en el tiempo, una mujer cantaba, y cosas más allá de mi entendimiento querían que yo estuviese allí, escuchando, como si oír aquella voz pudiese ser la razón de ser de toda una vida, aquella dulce voz que parecía iluminar la medianoche con todas las vías lácteas de las que el cielo es capaz.

 

Paulo Leminski. Curitiba, 1944-1989. Publicó Catatau (1975; 2ª ed. revisada por el autor 1988), Quarenta clics en Curitiba (con el fotógrafo Jack Pires, 1976; 2ª ed. 1990), Polonaises (1980), Não fosse isso e era menos/não fosse tanto e era quase (1980), Tripas (1980)Caprichos e relaxos(1983, 2ª ed. 1987), Agora è que são elas (1984, 2ª ed. 1999; 3ª ed. 2011), Hai Tropikais (con Alice Ruiz, 1985), Um milhão de coisas (1985), Anseios cripticos (anseios teóricos): peripecias de um investigador dos sentidos no torvelinho das formas e das idéais (1986), Distraidos venceremos (1987, reed. 2017), Vida (1998; 2ª ed. 2013), La vie en close (1991), Winterverno (con el dibujante João Virmond, 1994; 2ª ed. 2001), Metaformose, uma viagem pelo imaginário grego (1994), Descartes com lentes (1995), O ex-estranho (1996), Ensaios cripticos (1997), Toda Poesia (2013), Afrodite. Quadrinhos eroticos de Alice Ruiz e Paulo Leminski(con varios dibujantes, 2015). Tradujo obras de Fante, Ferlinghetti, Jarry, Joyce, Lennon, Mishima, Petronio y Beckett e hizo una versión de poesía egipcia antigua. Compuso canciones y letras de canciones en colaboración con diversos compositores brasileños, muchas grabadas por diversos intérpretes, entre ellos Caetano Veloso, Itamar Assumpção, Moraes Moreira, Arnaldo Antunes y Estrela Ruiz Leminski.

Reynaldo Jiménez (Lima, 1959. Reside en Buenos Aires desde 1963.) poeta, ensayista, traductor y artista multimedial ha publicado en libros de la resistencia los dos primeros tomos de su poesía reunida, Ganga I y Ganga II, los ensayos Intervenires y traducido y escrito el postfacio para el poema El infierno de Wall Street de Sousândrade y de Catatau de Paulo Leminski.

© foto, Dico Kremer.