La exquisita editorial Libros de la resistencia acaba de anunciar la edición definitiva de Vidas y muertes de Jaime Sáenz, uno de esos autores, y uno de esos libros, que merecen estar presentes en la biblioteca de todo aficionado a la mejor literatura. Por eso nos resulta especialmente grato poder compartir con los lectores de penúltiMa este y otro adelanto que colgaremos esta misma semana, para que los que ya forman parte de la cofradía de Sáenz vayan relamiéndose y, los más afortunados todavía, que no lo conocen, comiencen a caer rendidos ante la pujanza de su escritura.
Abrímas
Era prestidigitador, ilusionista y fascinador.
Trabajaba con el nombre de Abrímas, y actuaba principalmente en las minas, como también en los pueblos.
En realidad se llamaba Abdón Rivera Masías, y de ahí venía el Abrímas; su verdadero nombre para nada importaba.
En otoño y en invierno, y cuando debido al intenso frío veíase obligado a interrumpir sus giras artísticas, daba clases de prestidigitación,
y con tal motivo hacía circular profusamente unas tarjetas de propaganda, en las que figuraba su fotografía en un marco ovalado, con la siguiente leyenda a manera de lema:
Quien anhela un conejo de la nada sacar,
al fascinador Abrímas habrá de buscar.
El fascinador Abrímas era retaco, sumamente gordo y con la cara colorada; a juzgar por su aspecto, más parecía salchichero que fascinador.
Sin embargo, como era calvo y sabía aprovechar hábilmente esta circunstancia, usaba peluca,
de tal modo que se paseaba con imponente cabellera de color ceniciento que caía en bucles sobre sus hombros,
con lo que ya podía creerse que era un auténtico fascinador.
*
Abrímas vivía en un conventillo de la calle Ingavi, un inmenso caserón del que era propietario el viejo Macario Quijarro, un potentado señor que, a los ochenta años de edad y cual cadáver viviente, con cataplasmas de coca en la descarnada cara y con una venda de seda en la cabeza, se paseaba todas las noches por la calle Comercio, escoltado siempre por dos corpulentos pongos y, muchas veces, también por Abrímas,
para –según las malas lenguas– galantear a las chicas y, so capa de invitarles chocolate, llevarlas a su casa, logrando finalmente seducirlas a plan de libras esterlinas que les regalaba por montones, pues por algo sería millonario.
Pero esto aparte, lo que importa es que Abrímas hubiese sido precisamente encubridor y aparcero del viejo Quijarro, sin que la susodicha circunstancia le reportase la más mínima ventaja.
Pues en realidad, Abrímas ocupaba dos cuartuchos miserables en el fondo de un estrecho corredor, y dado que tenía mujer y cuatro hijos, es fácil imaginar su penosa situación y la extrema incomodidad en que vivía.
De repente los conejos que Abrímas empleaba en sus clases prácticas, correteando de un lado al otro en el reducido espacio de los dos cuartuchos, escapaban al corredor y, en una de esas, se perdían en la inmensidad de los patios interiores de la casa,
sin que el propio fascinador Abrímas, con todas sus artes, fuese capaz de atraparlos, por lo que debía recurrir a su mujer y a sus hijos para que lo ayudaran, provocando así verdaderos escándalos mientras que la vecindad se burlaba y se mofaba de él, en grave detrimento de su bien ganado prestigio como prestidigitador.
*
Cuando alguna vez una dama oponía resistencia al embrujo de las libras esterlinas, ya era sabido que el viejo Quijarro requeriría los servicios profesionales de Abrímas, a fin de fascinar a la rebelde,
y como es natural, aquél se daba prisa en acudir al llamado, por tratarse de una orden para él.
Y cogiendo su peluca, la cual por lo demás utilizaba solamente en sus actuaciones artísticas, se la encasquetaba, y luego de contemplar brevemente su efigie ante el espejo, se encaminaba en derechura al departamento del viejo Quijarro, que quedaba en el tercer piso de la casa.
Y entonces sí que se empleaba a fondo en sus artes de fascinador –empero, no siempre con buena fortuna.
Pues dadas las circunstancias, debía actuar con disimulo y valerse del magnetismo remoto, o, preferiblemente –como él mismo decía–, del telemagnetismo; lo cual daba origen a ciertos conflictos.
Por ejemplo, cuando la dama que eventualmente caía en las garras de Abrímas se resistía a la fascinación, se entablaban ásperas discusiones; y muchas veces, tales discusiones degeneraban en amargos dimes y diretes y aun en situaciones de hecho,
cuando el viejo Quijarro, habiendo montado súbitamente en cólera, de buenas a primeras asestaba un par de bastonazos al infortunado Abrímas,
mientras que por su parte la dama, sintiéndose de pronto envalentonada, y poniéndose frenética al haber descubierto las operaciones del fascinador,
se abalanzaba sobre éste, y luego de arrancarle la peluca, le arañaba la cara, esto es, cuando las cosas no pasaban a mayores, y cuando no lo derribaba por los suelos y lo orinaba.
Y pasado el susto y el disgusto, el fascinador Abrímas se retiraba con el rabo entre las piernas como resultado neto, y maldita la gracia que le hacían unos cuantos centavos que, en un gesto de magnanimidad, el viejo Quijarro le entregaba en son de consuelo a la vez que de estímulo.
*
Abrímas no se arredraba fácilmente ante las adversidades; por el contrario, siempre se daba modos para salir adelante, y el propio hecho de que en todas partes lo conocieran, le favorecía en gran manera.
Sin ir muy lejos, en sus giras artísticas por las minas, Abrímas cosechaba grandes éxitos y ganaba buena plata, y según parece, no tenía mayores motivos para quejarse, excepto cuando permanecía por largas temporadas en la ciudad, toda vez que no se le brindaba la oportunidad de actuar en las tablas y demostrar las excelencias de su arte, debiendo atenerse a las ínfimas ganancias que le reportaban sus clases de prestidigitación.
Por lo demás, el fascinador Abrímas no siempre se dejaba ver, y cuando se topaba con alguien, lo hacía para quejarse y lamentarse.
*
La última vez que me encontré con él –y de esto hará ya años–, daba pena verlo.
Vestía una especie de levita y pantalón corto, medias largas y botines de minero, y como estaba tan gordo como antes, con semejante indumentaria tenía traza de loco.
Y sin duda lo estaba.
Me llamó la atención cierta palabra que a cada momento repetía, y que, según todas las evidencias, carecía de sentido.
La usaba a manera de estribillo, si se quiere, como quien diría, vordugulo como para afirmar y comentar el significado al final de cada frase: vordugulo.
Le pedí al fascinador Abrímas que me aclarase el sentido de la extraña palabra, y por toda respuesta me dijo, con tono rotundo: por tu culo.
Entonces le pregunté por qué razón pronunciaba aquellas palabras en forma distinta, y él me contestó: vordugulo.
Realmente, el fascinador estaba completamente loco –y, al parecer, totalmente sordo.
Cuando le pregunté por su mujer y sus hijos, dijo que su peluca estaba en las minas; y cuando le pregunté por su peluca, contestó que el señor Quijarro había muerto.
Es muy posible que Abrímas quisiese burlarse de mí; a decir verdad, no sé a punto fijo si realmente estaba sordo.
Lo cierto es que el fascinador guiñó los ojos, y me dirigió una mirada medio inquieta, medio recelosa.
Y de pronto dijo, inopinadamente:
–¡Pero qué alegría de verlo, vordugulo! Yo invoco, yo conjuro, yo no digo nada, pero las minas me llaman. ¡Mañana mismo me voy a las minas, vordugulo!
Abrímas se rasco las mejillas. Y luego de bostezar, sacó un pan de su bolsillo y se puso a comer.
Al cabo me miró, y finalmente dijo:
–¡Mañana mismo a las minas!
El fascinador Abrímas se alejó sin más.
Seguramente vive en las minas.
Jaime Saenz (La Paz, 1921-1986) es considerado el escritor más importante e influyente de Bolivia tanto por la crítica nacional como por la internacional. Aunque su poesía se considera su obra maestra, sus trabajos ensayísticos, relatos y, especialmente, sus dos novelas, Felipe Delgado (1979) y Los papeles de Narciso Lima Acha (de publicación póstuma), son textos de culto en la actualidad. Ha sido traducido al inglés por Forrest Gander y Kent Johnson y luego también por Kit Schluter, al italiano por Claudi Cinti y Giampietro Pizzo y al alemán por Helga Castellanos y Crista Fabry de Orías. Su obra es enseñada en los principales cursos de poesía contemporánea en español y cuenta con varias ediciones en distintos países de Hispanoamérica: en su país natal primero la del Instituto de estudios Bolivianos de la Universidad Mayor de San Andrés y la última, la publicación de su poesía completa después de 30 años (Poesía reunida de Plural editores). Se han publicado antologías de su obra en México y Argentina. En España su obra comenzó a ser difundida con la publicación de Obra poética I por la ya mítica editorial Ave del Paraíso en 2002 y se publicó su Poesía en 2017.
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