Esta novela en la que el autor nacido en Coronel Pringles dialoga con una de las figuras más determinantes de la Literatura argentina, Leopoldo Lugones, tiene su origen en un primer borrador escrito en 1990 que Aira guardó en una carpeta de «inéditos e inconclusos», del que lo rescató para entregarle un nuevo libro a la editorial Blatt & Ríos, que hace ya unos años decidió dedicarle toda una biblioteca al autor que reside en el barrio de Flores, donde han editado o reeditado (porque han puesto en circulación con nuevos diseños textos que ya en su momento editaron ellos: Yo era una mujer casada, Artforum, El gran misterio y Pinceladas musicales. Les dejamos aquí con el inicio de una nueva joya de las muchas a las que nos tiene acostumbrados César Aira. Como dice la nota de la editorial: Un nuevo clásico de la literatura argentina.
Una tarde a fines del verano pasado llegó a nuestra isla el más grande escritor argentino, Leopoldo Lugones, sin equipaje, de incógnito, y con un revólver en el bolsillo. Qué venía a hacer, no lo sabía el personal del recreo, y en realidad no llegó a saberlo nunca nadie. El revólver debería haber sido una pista, pero un arma puede servir a tantos fines que habría sido en vano especular: sea como fuera, todos supieron desde el primer momento que lo traía. Esto fue así: al pasar de la lancha al muelle de madera, con un paso que quiso ser desenvuelto pero en realidad estaba muy cargado de prudencia, a Lugones se le ocurrió sacar el reloj. Debe de haber pensado que era más temprano o más tarde de lo que creía, o tal vez quiso registrar la hora de su desembarco, 8 Lugones o quizás fue un gesto automático: lo cierto es que metió la mano en el bolsillo del reloj en el momento mismo en que daba ese paso algo peligroso de la ondulación de la lancha a la firmeza de los tablones del muelle; hacer dos cosas al mismo tiempo siempre tiene sus riesgos. Aquí los resultados fueron dos, a cual peor. El primero fue que perdió pie y se habría caído de espaldas al agua de no contar con la experiencia de la pedana (esto me lo contó después): su maestro de esgrima lo había preparado para toda clase de soluciones de apuro a la pérdida de equilibrio. No pudo hacerlo con mucha elegancia pero al menos salió del paso, o del mal paso, con una especie de pataleo hacia adelante. Lo segundo fue que su mano salió del bolsillo no con el reloj sino con el revólver. Era una prueba de que no lo portaba habitualmente. Con seguridad al salir de su casa se lo había echado al bolsillo sin pensar más, y sólo cuando estaba sacudiéndose en el tren al Tigre descubrió que el revólver se entrechocaba con el reloj produciendo un molesto ruidito metálico. Como no era cuestión de cambiar de bolsillo un revólver ante la mirada de los pasajeros que llenaban el vagón, lo que cambió fue el reloj. Y al desembarcar y querer ver la hora, la fuerza del hábito lo hizo meter la mano en ese bolsillo; el hábito hizo más todavía: al sentir los dedos el contacto del metal, había aferrado y tirado hacia afuera sin pensar. Hay que tener en cuenta que en ese momento toda su atención estaba puesta en no caer. A veces el hábito la hace incurrir a la gente en las más curiosas extravagancias. Si no se hubiera interpuesto el tropezón es posible que Lugones hubiera sacado el revólver tal como si fuera un reloj, con el mismo gesto, e incluso podría haber apretado el gatillo creyendo pulsar el botón que abría la tapa a resorte, y quién sabe si no se pegaba un tiro. Cosas más raras han pasado. Lo que pasó en realidad fue algo muy distinto, pero que pudo tener consecuencias igual de graves. Su mano, programada por el automatismo de sostener el reloj, no pudo con el revólver, tanto más pesado y de forma menos geométrica, y éste cayó. Qué escena fantástica: un caballero sesentón de riguroso traje negro revolviéndose en el vacío, en ese vacío que se les abre a los que tropiezan, y de su mano cae como un fruto maduro un revólver negro… El revólver era un modelo bastante primitivo, sin seguro ni cosa que se le pareciera. Al tocar los tablones del muelle se disparó, ¡bang! Era una de esas tardes gloriosas de febrero en el delta, silenciosas e iluminadas como un cuadro. El estallido hizo callar a los pájaros a diez islas a la redonda. Ni adrede podría haber hecho más ruido, porque el espacio entre los tablones y el agua (estábamos con la marea baja) actuó como caja de resonancia. Suele decirse que un ruido “rompe” el silencio; es cierto, pero también es cierto que lo revela. Esta ocasión habría bastado para demostrarlo. Nunca nuestro querido y pacífico rincón había estado tan silencioso como cuando sonó el tiro. Si no hubiera habido testigos del desembarco, esto los habría atraído. Lamentablemente, había tres: la viuda González, dueña del recreo y la isla, su hija Marisol, y el leñador y guardaparque don Lucho. Los hizo acudir la llegada intempestiva de la lancha, que era de las que se alquilan individualmente; el lanchero era un conocido que cobraba comisión por los veraneantes que traía. Le había empezado a guiñar el ojo a la viuda cuando sucedió el accidente. El tiro fue uno de esos instantes que producen paralización. No sólo por el ruido sino también porque ¿cómo podía explicarse que alguien anduviera artillado por ahí? ¿Un cazador de pajaritos? ¿Ah sí? ¿Con un cuarenta y cinco? Además, la torpeza que lo había desenmascarado decía a las claras que no era un tratable pistolero profesional discreto y fino, de los que no se sabe en qué andan hasta que es demasiado tarde. En ese momento todavía no teníamos modo de saber que era Leopoldo Lugones, gloria de las letras argentinas y padre del Jefe de Policía. ¿Qué podía ser, eso que mostraban las apariencias? ¿Un maniático? ¿Uno de esos que asesinan a la esposa adúltera y van a esconderse al Tigre con la vana esperanza de que el crimen se olvide? La paralización fue de rigor, pero no duró mucho. Los gritos de la viuda volvieron a poner todo en marcha. En el interregno lo único que había pasado fue que Lugones recogió el revólver humeante y se lo echó al bolsillo. Como si con eso pudiera anular el incidente. Pareció en efecto que todo se había anulado, salvo la impresión. Ésta se manifestaba en los chillidos de la viuda, en quien se clavaron todas las miradas. Las de su hija eran las más desorbitadas: la pobre chica estaba más allá de simular que no había pasado nada, porque nunca había visto a su madre en ese estado. Los hombres (Lugones, el leñador y el lanchero hamacándose con las piernas muy abiertas en su embarcación) tenían cara de lata.
César Aira nació en Pringles el 23 de febrero de 1949. Publicó: Moreira, 1975; Ema, la cautiva, 1981; La luz argentina, 1983; El vestido rosa. Las ovejas, 1984; Canto castrato, 1984;Una novela china, 1987; El Bautismo, 1990; Los Fantasmas, 1991; La Liebre, 1991; Copi, 1991; Nouvelles impressions du Petit Maroc, 1991; Embalse, 1992; La Prueba, 1992; El Volante, 1992; El Llanto, 1992; Cómo me hice monja, 1993; Madre e Hijo, 1993; La Guerra de los Gimnasios, 1993; Diario de la Hepatitis, 1993; La Costurera y el viento, 1994; Los Misterios de Rosario, 1994; El infinito, 1994; La Fuente, 1995; Los dos payasos, 1995; La Abeja, 1996; El Mensajero, 1996; La Serpiente, 1997; Dante y Reina, 1997; El congreso de literatura, 1997; Duchamp en México/La Broma/Taxol, 1997; La Mendiga, 1998; El Sueño, 1998; La Trompeta de mimbre, 1998; Las Curas milagrosas del Doctor Aira, 1998; Alejandra Pizarnik, 1998; Haikus, 1999; Un episodio en la vida del pintor viajero, 2000; El juego de los mundos, 2000; La Villa, 2001; Las tres fechas, 2001; Un sueño realizado, 2001; Cumpleaños, 2001; Alejandra Pizarnik (biografía), 2001; Diccionario de Autores Latinoamericanos, 2001; La pastilla de hormona, 2002; El mago, 2002; Fragmentos de un diario en los Alpes, 2002; Varamo, 2002; El Tilo, 2003; Mil gotas, 2003; La princesa Primavera, 2003; El Todo que surca la Nada, 2003; El cerebro musical, 2004;Yo era una chica moderna, 2004; Las noches de Flores, 2004; Edward Lear, 2004; Yo era una niña de siete años, 2005; Cómo me reí, 2005; El pequeño monje budista, 2006; Parménides, 2006; La cena, 2006; La vida nueva, 2007; Picasso, 2007; Las conversaciones, 2007; Las aventuras de Barbaverde, 2008; La confesión, 2009; El Té de Dios, 2010; Yo era una mujer casada, 2010; El Divorcio, 2010; El error, 2010; El Perro, 2010; El mármol, 2011; Festival, 2011; El criminal y el dibujante, 2011; En el café, 2011; Los dos hombres, 2011; El náufrago, 2011; Entre los indios, 2012; Relatos reunidos, 2013; El ilustre mago, 2013; Actos de caridad, 2013; El testamento del Mago Tenor, 2013; Tres relatos pringlenses, 2013; Actos de caridad, 2013; Margarita (un recuerdo), 2013; Continuación de ideas diversas, 2014; Artforum, 2014; Triano, 2014; Biografía, 2014; El santo, 2015; La invención del tren fantasma, 2015; Sobre el arte contemporáneo, 2016, El cerebro musical, 2016; Una aventura, 2017; Saltó al otro lado, 2017; Evasión y otros ensayos, 2017; Eterna juventud, 2017; El gran misterio, 2018; Prins, 2018; Un filósofo, 2018; El presidente, 2019; Pinceladas musicales, 2019; Fulgentius, 2020; Lugones, 2020.
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