La narrativa de Juan José Becerra ha comenzado a recibir en su Argentina natal el reconocimiento que merecía en estos últimos años. En España, pese a que dos de sus novelas han sido editadas en la península, no ha obtenido aún el reconocimiento que merece. En muchos otros países es, todavía, un injusto desconocido. Por eso es importante este texto de Miguel Ángel Carmona del Barco sobre su penúltiMa novela.
Por principios, estoy en contra de las reseñas que giran en torno al argumento de la novela, como si éste fuera determinante en la experiencia lectora. A mí me da igual que la novela vaya sobre un militar destacado en Afganistán que encuentra el amor de su vida entre las cuevas de Bamiyán, o sobre una teleoperadora que de la noche a la mañana no puede pronunciar las erres y que, para que no la despidan, le pide a un cliente que no cuelgue durante toda una mañana (los argumentos son tan aleatorios como este comienzo de reseña). La enjundia de la novela está en el cómo (a veces también en el porqué), y no en el qué. Escribió Chéjov, alcanzada ya cierta edad, que lo había visto todo pero que lo importante, llegado ese momento, no era lo que había visto, sino cómo lo había visto.
La primera selección se hace ya en la percepción de los hechos que después narraremos. Por eso el “cómo vemos las cosas” (o la cosa, en singular) de Chejov es el cauce primario que después se ramifica, a veces hasta dar lugar a varias obras. La segunda selección se hace en la escritura, en la devolución de los hechos al plano tangible del que salieron después de ser tamizados por la visión que el autor tiene del mundo, estrechamente ligado a su lenguaje. De entre los percibidos, unos hechos se eliminan de la narración porque el autor los considera superfluos o contrarios a su mensaje; otros se sugieren, se injertan en las capas más profundas de la narración; y los últimos se narran de manera explícita, sirviendo como indicios de los sugeridos, como contrapeso a la nada de los superfluos y, finalmente, como objeto mismo de la narración y materia única con la que puede trabajar el lector para reconstruir la historia (su historia) con sus propios medios.
El espectáculo del tiempo (Candaya, 2016), es por excelencia la novela del cómo y no del qué. Juan José Becerra (Junín, 1965) quiere contar la historia de Juan Guerra, y para ello nos cuenta la historia de todos los personajes que, de algún modo, forman parte de su vida: familia, amigos, parejas e incluso personajes históricos que modelaron su memoria y su experiencia: para reconstruir la vida de un hombre reconstruye su círculo vital, igual que Margarite Yourcenar hizo con la biblioteca de Adriano para reconstruir su pensamiento.
El hecho de que el protagonista sea propietario de un cine, como también lo fue el propio Becerra, o que guarde otras muchas similitudes con el autor, sólo viene a confirmar la hipótesis del que el argumento es tan intercambiable como la propia experiencia (otro, tal vez, le hubiera dado otras ocupaciones, edad, procedencia, a su protagonista, para contar la misma cosa), y que lo verdaderamente elegible es cómo se narra en función de aquello que el autor quiere lograr. Y ahí reside el mayor mérito de El espectáculo del tiempo:
Juan José Becerra intenta aprehender, contener, el paso del tiempo, como si lo importante no fueran las notas, sino la evidencia física del pentagrama, como si lo crucial no fueran las palabras, sino su secuencia irrepetible, el espacio físico que ocupan, los días, los años que nos tomamos en escribirlas. Los personajes parecen, en esta novela, insectos atrapados en gotas de ámbar, y la vida una colección de relojes parados. Y es la selección de esos relojes, de esas piezas de colección, la que insufla al lector la ilusión de que toda la novela es un reloj que marcha con precisión suiza, y que da las horas de la infancia y la adolescencia, de la paternidad fracasada (o acaso la filiación), las horas del sexo, de la muerte y de la amistad, haya elegido Becerra de motivo para la esfera de esos relojes el que haya elegido.
Y el lector escucha el tic tac de las páginas, y escucha el propio, y hace balance como lo hace el protagonista, y cada uno saca, por fin, sus conclusiones, sobre el libro y sobre el tiempo. Y en cualquier caso, el tiempo invertido en la lectura del libro habrá sido un tiempo ganado.

Miguel Ángel Carmona del Barco (Badajoz, 1979) es Licenciado en Humanidades y Diplomado en Biblioteconomía y Documentación. Ha publicado «Manual de autoayuda» (Salto de Página, 2016), que fue finalista del premio Setenil ese mismo año, y «La dignidad dormida» (El Alma Descalza, 2013). Actualmente dirige el Centro de Estudios Literarios Antonio Román Díez (CELARD), donde imparte talleres y cursos de escritura. También es colaborador habitual en diversos medios de radio y prensa escrita.
Todo texto es un Palimpsesto, pero más todavía los que versan sobre otras producciones culturales. Haciendo un leve homenaje a Genette, en Palimpsestos se recogerán los textos críticos. En penúltiMa la crítica es meditación y diálogo. Los textos que pasan a entretejerse con aquellos de los que hablan.
La fotografía que ilustra la reseña es del fotógrafo Jesco Denzel, su trabajo puede contemplarse en su web http://www.jescodenzel.com/
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