No creo que sea necesario enfatizar ni la determinante importancia de David Lynch para entender no solo el cine contemporáneo, sino incluso el que se realizó antes de que él comenzase a trabajar, porque, como dijo Borges, Lynch es de esos creadores que no solo influyen en lo que sucede tras ellos sino que modifica la manera en que concebimos lo que les precede. Tampoco debería sorprender que se hable de la filiación literaria de Lynch. Más allá de los dos libros que ha publicado, Catching the Big Fish y Room to Dream, se aprecia en cada uno de los fotogramas de sus películas, las estrenadas en salas comerciales de exhibición y sus cortos, los trabajos realizados para internet y sus apariciones como invitado en las producciones de otros destilan una densidad literaria evidente. No es casual el interés que han sentido todos los escritores, desde sus primeros trabajos y a lo largo de toda su trayectoria, por sus piezas. Asumió el reto de trasladar el universo de Herbet al cine y, si bien no es la mejor de sus películas, salió más que bien parado del empeño, sus colaboraciones con Barry Gifford son también muy conocidas. Pero, sobre todo, lo determinante de Lynch es el influjo que ha ejercido entre los escritores, raro es el que no lo cita como uno de sus directores favoritos, y eso acaso tenga mucho que ver con la potencia de las realidades visuales que propone (sería interesante analizar cómo los escritores que ruedan películas están obsesionados con la puesta en escena, lo que es lógico dado que es lo que normalmente echan de menos en su medio), o con su voluntad de sumergirse en los entresijos de la mente.

Hace ya catorce años que Lynch no estrena un largometraje, y veinte años desde que no lo hace en salas. P Con la velocidad del mundo actual y lo efímero de la recepción de los productos culturales parece casi que hubiera sucedido en otro siglo. Y eso es lo terrible, no es que casi lo parezca, es que es una descripción casi exacta.

Aquí ponemos a disposición de los lectores de penúltiMa cinco documentales, de diversa extensión, que van aproximándose a la obra de Lynch desde distintos ángulos a lo largo del tiempo.  El primero es de 1989, justo mientras rodaba y montaba Wild at Heart; el segundo del mismo año en que estrenó Lost Highway y ya se había convertido en una figura mundial gracias al éxito de Twin Peaks; el tercero es un repaso a la trayectoria de un director que acaba de estrenar Mulholland Drive y ya está por encima del bien y del mal. Los otro dos registran ya al Lynch polifacético que pinta, diseña muebles y cafés en París, que da conferencias sobre meditación trascendental y se ha convertido en una figura que trasciende su trabajo cinematográfico. Lynch como personaje y mito.

El sexto vídeo es algo muy especial: un montaje de un aficionado que pretende remedar la hipotética primera versión que Lynch presentó a De Laurentiis antes de que este le pidiera que lo dejara en las dos horas habituales de una película que pretende ser exhibida en salas comerciales. Lynch cortó y creo una de sus obras maestras. La visión de esta «hipotética primera versión» arroja una experiencia muy interesante, tanto en lo que se refiere al argumento de la película, que hace explícitos diversos aspectos, lo que la clarifica al mismo tiempo que le resta algo de poesía, como en la capacidad de Lynch de prescindir de escenas de una potencia visual indudable en aras del resultado final. Verla, algo que se debe hacer sin perder de vista que NO se trata de un montaje realizado por Lynch , y por tanto no rebasa el terreno de un estudio académico algo osado, pero proporciona experiencias muy interesantes para el que conoce el largometraje tal y como se estrenó.