Acaba de ponerse en circulación en España y Argentina la tercera novela de Michel Nieva, publicada por Anagrama, que consolida la trayectoria de un autor convertido ya en referente de la ciencia ficción argentina y de la narrativa contemporánea. En este texto el director de la revista repasa su trayectoria narrativa con la premura que la actualidad impone.

 

Ya en los primeros compases de su primera novela, ¿Sueñan los gauchoides con ñandúes eléctricos?, Michel Nieva, tras la expectativa de una relectura del clásico de Philip K. Dick que hacía presagiar el título, subía la apuesta con audacia al revisitar, a la velocidad del rayo y sin dar tregua alguna al lector, los textos fundacionales de la literatura argentina, tanto la gauchesca culminada por el Martín Fierro como el Matadero de Echeverria, para fundirlos con la herencia de la literatura de lo abyecto que encarnó Orlando Lamborghini. Se trataba de un collage de alto voltaje que iba intensificando página a página con el establecimiento de una realidad especulativa de la Argentina donde se desarrollaba una bebida fruto del licuado de los dispositivos tecnológicos y, finalmente, se permitía desarrollar toda una trama relacionada con el retorno de Sarmiento, más que un simple prócer: el padre ideológico de la nación argentina moderna, convertido en un zombi libidinoso y violento cuyos crímenes eran ocultados por el gobierno. Además el desparpajo de la novela no opacaba el concienzudo ejercicio crítico destinado a resignificar y actualizar muchos de los pilares de una literatura mediante el género de la ciencia ficción que, por lo general, había buscado sus referentes más en la literatura extranjera, sobre todo la anglosajona, que en la local. Era complicado resistirse a un cóctel tan generoso y cautivador, -por qué resistirse, de hecho-, y muchos celebraron la decisión de Miguel Villafañe, fallecido editor de Santiago de Arcos, de haber seguido apostando por los senderos menos transitados de la literatura patria, evidenciando una vez más su buen olfato a la hora de descubrir nuevas voces destinadas a convertirse un referente en la literatura argentina, como ya sucedió en el pasado cuando puso en circulación los libros de narrativa de Fabián Casas.

La siguiente novela de Nieva dejó claro que no se había tratado de algo puntual, sino de un enfoque estilístico y temático premeditado y muy bien planificado, que podía desplegar todo un modo de enfrentarse no ya al presente, cliché reiterado de la ciencia ficción, sino a la herencia histórica del país, revisando no solo la literatura nacional sino toda la estructura cultural e histórica de la nación. Y en ese sentido debe leerse Ascenso y apogeo del imperio argentino no ya como una prolongación del enfoque de la primera novela sino en una puesta en práctica de la idea ya planteada por Ricardo Piglia en Respiración artificial de que la Historia no es más que una rama de la literatura con pretensiones de ciencia, y que por estar construida con las mismas herramientas debe ser diseccionada con procedimientos intercambiables, más en el caso de unas sociedades como las americanas, surgidas del deseo de plasmación de ideales y proyectos más o menos idealizados e impuestos a los nativos del continente, como describió de modo pormenorizado y visionario Ángel Rama. El universo especulativo que desarrollaba de modo más consciente esta segunda novela, donde consideraba la Historia del país que nosotros conocemos como una ficción contrafáctica, ganaba una materialidad de la que carecía la primera novela y permitía sospechar que este espacio iba ganando solidez y recorrido de cara a servir como un escenario unitario que ofreciera una continuidad entre las distintas narraciones de Nieva.

La infancia del mundo complica su ubicación en este universo porque se presenta como un elemento disruptor, ya que es muy complicado que pueda encajarse la historia del Niño dengue dentro de la secuencia histórica de las dos primeras novelas, pero no por ello supone un cambio importante en lo fundamental respecto a aquellas. Podría casi hablarse de un acendramiento en las elecciones hechas, de la ampliación de su universo a una lectura menos anclada en los referentes históricos y culturales exclusivamente argentinos, y al tiempo un diálogo mucho más acuciante con el presente inmediato a través de las referencias ecológicas que condicionan toda la narración. No abandona, en todo caso, Nieva, los manes particulares que habían exhibido sus dos primeras novelas, donde acaso lo más evidente sea la mirada abyecta de Osvaldo Lamborghini que sobrevuela todo el texto, incluso desde la relación evidente con el Niño proletario. Y también puede encontrarse aquí de modo más patente la herencia de Arlt, (pero, claro, qué libro argentino hoy no vive a la sombra, consciente o no, de Arlt), que casa mucho mejor, lo que torna más evidente aún la modernidad de Arlt, con la narrativa acelerada y de causalidades menos cerradas de los videojuegos, recurso reiterado de la novela que en ningún momento se hace antojadizo gracias a la atinada elección de los pilares sobre los que se sostiene la trama, y cobra una fuerza mayor a medida que se va desvelando ante el lector la ambición cosmogónica de la novela, en ese sentido enlazada con las narrativas omnipotentes y abarcadoras del autor de Los siete locos.

Frente a la productividad un tanto limitada, y más infantil, tampoco hay que obviar eso, de otros acercamientos recientes que se han producido en la literatura argentina a géneros considerados “menores” históricamente como el terror, a la hora de permitir dialogar con la realidad y la Historia, la literatura de Nieva se presenta mucho más sólida en su reutilización de los discursos del presente, más conocedora de los referentes históricos y en el modo en que pueden revisitarse, y, a la postre, más interesante en lo que se refiere a la posibilidad de hacer avanzar a una literatura que, en fechas recientes, estaba dando muestras de cierto agotamiento y aburguesamiento plasmado en un realismo chato y simplón que dejaba de lado la sofisticación discursiva a la que nos había acostumbrado la literatura argentina. Por su capacidad de comprender las relaciones entre Historia y literatura, así como por la lectura activa y crítica de los discursos literarios y académicos, Nieva se postula como el heredero más avezado de Piglia, acaso sea el único de entre los narradores actuales de la Argentina, desde luego sí entre los que recurren a un enfoque posmoderno donde la ausencia de jerarquías genéricas se hace más patente, tanto por su capacidad de vertebrar narraciones sólidas y entretenidas como por mantener despierta la capacidad crítica, la sospecha activa y vigilante que le impide ceder ante los clichés de dichos géneros, sin permitirse caer en una relación ingenua y confiada con la literatura y sus discursos.

 

Antonio Jiménez Morato (Madrid, 1976) es escritor, crítico y traductor. Su libro más reciente es NOLA ( 2021). Además ha publicado la recopilación de ensayos sobre literatura latinoamericana contemporánea La piedra que se escribe, la novela Lima y limón, editada en cuatro países y en digital, y Mezclados y agitados, entre otros.